Las siguientes palabras fueron pronunciadas en el funeral de mi tío por mi primo Pedro Rachadell Montero en nombre de todos sus hermanos. Como reflejan el sentir de la familia me permitió publicarlas con un pequeño agregado personal al final.
Juan José Rachadell (1940-2021)
Cuando eres niño siempre ves a tu padre como un gigante todopoderoso, el nuestro genuinamente lo era. Un yaracuyano de nacimiento, cariñoso por naturaleza, demócrata de convicción, abogado de formación, conciliador de corazón, amante de Cumaná, hermano protector de sus hermanos, amigo entrañable de sus amigos, luchador del bien común, valorador de la mujer, un roble siempre listo para apoyar a quien lo necesitara, un preocupado de la libertad y en especial de la libertad de Venezuela, pero por sobre todo fue un verdadero padre de familia, un estandarte.
Nació en San Felipe, Estado Yaracuy en 1940. Vivió en varios estados de la República acompañando a su padre a fundar el telégrafo, recordaba con especial afección a Quiripital, donde pasó hermosos años de infancia y donde fue coronado a sus 9 años como Rey de Carnaval, lo cual contaba con orgullo porque era la primera vez que se designaba un Rey y no a una Reina. Y es que para todos los que tuvimos la fortuna de conocerlo él era un Rey, pero no porque fuera arrogante sino porque su presencia era imponente, siempre tenía una palabra correcta, siempre dispuesto a escuchar y a educar.
Abogado de profesión, graduado de la Universidad Central de Venezuela en 1963, para luego obtener un doctorado en Derecho Público en la misma Universidad. Fue profesor de Derecho Constitucional tanto en la UCV como en la UCAB. La política fue su pasión, las instituciones políticas su delirio, fue Senador de la República de Venezuela (no la Bolivariana sino la de Bolívar) de 1974 a 1989, Presidente de la Comisión de Educación y Cultura del Senado. Procurador General de la República de 1989 a 1992. Corredactor de las iniciativas de la Ley sobre Elección y Remoción de los Gobernadores de Estado, tan importante para asegurar la elección popular de nuestros gobernantes locales, así como de la Ley de Ejercicio del Periodismo, para garantizar la libertad de expresión. Un político de esos que tanto le hacen falta a nuestra Venezuela y al mundo.
Le gustaba mucho escribir, o debería decir dictar, porque lo hacía a la vieja usanza. Es autor de “Leyes Políticas de Venezuela”, de “El Joven Mariscal” (La historia de Antonio José de Sucre) y su novela inédita “La Calle Sin Aceras”, que relata la realidad actual de nuestra Venezuela.
Se casó en 1965 con Gabriela Montero Baptista. Compañera de vida y aventuras políticas. Tuvo 7 hijos, Juan José, Gabriela, Adriana, María Cecilia, Claudia, Pedro e Isabel. A cada uno supo dar lo que cada uno necesitaba, seguridad para presentar un examen, miel en la mañana a quien necesitaba energía, consejos para afeitarse que según él debían tener rango constitucional (que viniendo de un profesor de Constitucional era bastante decir). En mi caso, se esmeraba en enseñarme a respirar llevando el aire hasta el estómago, a proyectar la voz para que se oyera en todo un auditorio y sin micrófono. Todavía recuerdo que me dejaba dormirme la siesta sobre él, era la mejor almohada. Su peor regaño era “¡Me voy a tener que poner bravo!”. La política estaba en su sangre, en su ser, y la aplicaba hasta en los escenarios de la vida cotidiana.
Era un hombre culto, estudiado, significaba una delicia conversar con él. Con un sentido del humor agudo, te hacía reír con solo dos palabras. No contaba chistes, contaba historias, algunas reales, otras inventadas, tenía una imaginación muy fluida y a todos nos hizo creer que si caía una bomba atómica en Venezuela nos podríamos refugiar en San Felipe.
Te nos adelantaste papi, pero todos estamos en la fila y pronto volveremos a encontrarnos. Mientras, vivirás en nuestro corazón y nuestra memoria por siempre.
Con amor. Tus hijos.
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Mi tío Juan José me contó que Carlos Andrés Pérez le tuvo estima luego que, en unas declaraciones en la que un periodista le preguntó que opinaba sobre el caso Sierra Nevada (proceso político desarrollado entre 1979 y 1980, en el que se acusó al expresidente de corrupción administrativa), contestó que nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario. La presunción de inocencia es un principio general del derecho, y solo un político y abogado que viviera profundamente su profesión pudo proporcionar esa respuesta. Podía tener adversarios políticos, pero igual tenía que reconocerle los derechos que la legislación nos otorga a todos. Como Senador de la República votó disciplinadamente con Copei en la sesión conjunta de ambas Cámaras del Congreso en la que, por cierto, José Vicente Rangel Vale votó a favor de liberar de responsabilidad al expresidente.
La Venezuela por reconstruir necesita de personas íntegras, que defiendan los principios, en la que no se juzgue por adelantado ni se absuelva a los militares, compañeros de partido y cómplices en general.
Vendrán tiempos mejores, por lo pronto guardemos las referencias que nos permitirán indicar el camino a una Venezuela sin chavismo. Lastima que el tío, como tantos otros, no vieron el final de esta pesadilla.
Jesús Rangel Rachadell
@rangelrachadell