Entre las virtudes que ensalzamos en el ser humano hay una que le hace mejorar las demás y es la prudencia. Porque los que están al lado de la prudencia difícilmente cometerán grandes errores, difícilmente dirán aquello que no quieran decir, difícilmente ofenderán y, muy difícilmente, tomarán decisiones fuera de lugar, inapropiadas o cargadas de desmesura.
Es la virtud de actuar de forma justa, adecuada y con cautela, respetando los sentimientos, la vida y las libertades del prójimo, pero también es la cualidad de comunicarse con un lenguaje claro, cuidadoso y acertado; con sensatez, con moderación y reflexión.
Y si la prudencia es un valor reconocido en el ser humano, digamos normal, en el político es un valor supremo; por lo menos para evitar declaraciones fuera de lugar y decisiones difíciles de entender, además Aristóteles definía a la prudencia como un concepto organizador y ético para emprender una política responsable.
La falta de prudencia hace que emitamos informaciones y comentarios fuera de orden, que debían guardarse con suma discreción y que por no seguir normas de solidario entendimiento le damos rienda suelta a nuestros impulsos sin evaluar consecuencias, donde no solamente se ve afectada la imagen de quien habla sin precaución ni mesura sino que se hiere el sentimiento de quienes sufren el rigor de una determinada calamidad.
En ocasiones, la falta de prudencia se manifiesta en personas convencidas de estar actuando bien, y es aquí donde la humildad nos invita a no considerarnos el centro del universo, guardar silencio en el momento indicado y pronunciarnos cuando debemos, pero con fundamento y sin menospreciar el punto de vista de los demás, de tal forma que nuestro comentario rinda frutos en bien de una relación constructiva.
Para aprender a ser prudentes hay que estar atentos a las razones, pero más que todo debemos controlar nuestras emociones, que son las que nos impulsan al error. Porque generalmente somos dados a errar por apresurarnos en nuestros juicios, afirmando cosas que no son claras al buen sentir, pero que estamos impulsados a expresarlas como desahogo de nuestras pasiones.
El acto prudente tiene como base las palabras y los hechos acertados que ennoblecen a la persona, donde se aprecia más la sabiduría que la astucia, porque no es tanto la facilidad de las palabras sino la calidad para conseguir fielmente el cometido con tan valioso resultado.
Es apropiada para no alimentar una guerra, también es importante para emprender la paz y la reconciliación, en especial cuando priman más los desacuerdos que los encuentros, cada vez más contenciosa, que los mismos acuerdos a que puedan llegar las partes comprometidas en discordia.
Mantener el equilibrio es muy complicado, pero actuar con prudencia te hace ser feliz o, al menos, vivir con la tranquilidad de que no sólo se está haciendo lo correcto, sino que además esa moderación contribuye al bien y la dicha de otros.
La prudencia nos facilitará tomar las decisiones pertinentes para sacar a Venezuela del hueco, de la confrontación, y convertirla en un país líder y promotor de la paz. Ser prudente es actuar con recto conocimiento de lo que se debe obrar. Es una virtud de pocos que debe ser emulada por muchos y tiene valor sobre cualquier circunstancia.
Juan D. Villa Romero
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