Hablar es siempre un arte, pero no es sinónimo de emitir palabras. Los pensamientos siempre van cargados de sentimientos y la comunicación no resulta eficaz tanto, si el receptor no comprende el mensaje, como si no despierta su atención e interés. Existen muchas palabras ofensivas que no deberían ser utilizadas, pero algunos líderes mundiales lo desconocen. En ciertos contextos sociales, a pesar de que las palabrotas se consideran inadecuadas, son frecuentemente utilizadas y no siempre rechazadas, en especial, como interjecciones que expresan desprecio o enojo.
Lo que en unos contextos sociales puede ser visto como un síntoma de mala crianza, denunciando un origen social humilde que inhabilita para entrar en la «buena sociedad», en otros puede tener un prestigio encubierto. Por ejemplo, entre los hombres jóvenes, asociado a actitudes machistas promovidas por el grupo, independientemente de que el lenguaje soez sea o no usado más frecuentemente por hombres que por mujeres, sí que es así socialmente percibido, o al menos lo fue tradicionalmente, y como tal, forma parte del imaginario asociado al comportamiento rudo y varonil. Sin embargo, Esta afirmación se queda un poco corta cuando uno oye conversaciones cotidianas entre jóvenes mujeres, en donde los calificativos …ón o …ico han llegado a ser de uso cotidiano.
El lenguaje soez cambia de significado de un país a otro, o incluso de una región a otra, de un mismo país; produciendo malentendidos interculturales en los casos de que una palabra sea considerada malsonante o inadecuada en un idioma y en otro no, incluso, dentro de un idioma, en un dialecto y en otros. Son inaceptables las expresiones que sean ofensivas para una persona o un grupo de personas. Hay que respetar el decoro de las personas y los sentimientos de nacionalidad, raza, religión y grupo, que puedan resultar heridos muy fácilmente con el uso a la ligera de ciertas expresiones.
Yoshiro Mori, ex primer ministro de Japón, tuvo que renunciar a su puesto en el comité organizador de los Juegos Olímpicos de Tokio, tras unos breves comentarios, irrelevantes, según él: “Si se aumentara el número de mujeres en las reuniones del comité organizador –dijo– habría que incrementar el tiempo para los turnos de palabra”. El incendio en las redes sociales acabó calcinando su hasta entonces limpia trayectoria, Mori tuvo que dimitir.
Durante 2021, el New York Times despidió al periodista científico Donald McNeil, reportero con más de 45 años de experiencia, por emplear la palabra nigger –considerada extremadamente ofensiva para los afroamericanos– durante una charla con estudiantes, y hacerlo sin ninguna intención de ofender, mientras explicaba justamente el uso del término.
Estos son solo dos ejemplos. Pero el número de personajes cuya estrella ha dejado de brillar tras unas palabras que alguien considera imperdonables, no deja de crecer. Basta asomarse a las redes sociales para leer reacciones de indignados internautas que, si logran encender la ira colectiva, acaban por chamuscar a los acusados, en la hoguera del juicio popular. Así lo expone el abogado y filósofo Axel Kaiser en su libro La neo Inquisición, donde considera este tipo de ataques como la manifestación de «un nuevo puritanismo», originado en una parte de la izquierda, que ha descendido sobre Occidente provocando un daño considerable.
Señala Kaiser «Vivimos en la era de lo que se ha pasado a llamar “corrección política”, la cual podría definirse como una práctica cultural que busca la destrucción reputacional, la censura e incluso la sanción penal de aquellas personas e instituciones que no se adhieran, desafíen o ignoren una ideología identitaria que promueve la supuesta liberación de grupos considerados víctimas del opresivo orden social occidental». «La democracia se ha transformado en «emocracia», pues el foco está en las emociones de colectivos supuestamente victimizados por la sociedad, quienes pueden sentirse atacados incluso por las expresiones o errores más inofensivos», concluye Kaiser.
Darío Villanueva, catedrático y exdirector de la Real Academia Española, estima en su libro, Morderse la lengua: corrección política y posverdad, que actualmente nos encontramos ante una forma posmoderna de censura que no se origina en partidos, instituciones religiosas o regímenes políticos, sino que emana de una fuerza líquida o gaseosa, hasta cierto punto indefinida, relacionada con la sociedad civil. Pero no por ello menos eficaz, destructiva y temible. Para Villanueva, la corrección política es la forma contemporánea más perversa de censura.
Noel Álvarez
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