Hoy pretendo internarme en aguas turbulentas para poner sobre la mesa un tema que, estoy seguro no será del agrado de algunos, me refiero a que el sistema electoral venezolano debiera permitir la posibilidad de que el elector pueda emitir, válidamente, un voto en blanco. Después de haber superado el anacrónico voto obligatorio, queda la materia pendiente de cómo reducir la abstención electoral. Muchos electores no votan porque no les atraen las opciones presentes, pero, si pudieran votar en blanco válidamente o tal vez si pudieran ejercer un voto sustractivo, quizás pudieran cambiar de opinión.
Me preguntarán algunos ¿Qué ganó con votar en blanco si el régimen chavista no lo reconocerá? Créanme que tengo muy lejos el ingenuo y cuando hago este planteamiento estoy pensando en que, más temprano que tarde nos reencontraremos con el estado de derecho, ya que, este tipo de votación es una denuncia contra el sistema imperante. Cuando hablo de sistema, me estoy refiriendo a que la crítica no solo puede ser contra quienes ejercen circunstancialmente el poder, sino también, contra quienes se le oponen. Por cierto, la tesis del voto en blanco no es una idea peregrina que se me ocurrió durante una noche de insomnio, no. Esta es una opción electoral que está aceptada en países como, Argentina, Colombia, España y Uruguay.
Resalto la importancia que Colombia le confiere al voto en blanco. Según sentencia de la Corte Constitucional, este tipo de votación, es una expresión política de disentimiento, abstención o inconformidad, con efectos políticos a través del cual se promueve la protección de la libertad del elector. Como consecuencia de este reconocimiento la Constitución le adscribe una incidencia decisiva en procesos electorales orientados a proveer cargos unipersonales y de corporaciones públicas de elección popular
Resulta que, curucuteando entre mis archivos electrónicos, coincidentemente me topé con la novela Ensayo sobre la lucidez del escritor portugués, José Saramago. Para mi satisfacción, en ella, Saramago, sin decir que está de acuerdo con él, escudriña los intríngulis que rodean la opción del voto en blanco y con su fina pluma ataca al poder establecido con palabras que resultan peligrosas por las ideas que suscitan. La obra es una reflexión sobre los mecanismos del poder y las actitudes de los gobernantes ante una posible revolución pacífica protagonizada por un pueblo desesperanzado e incrédulo en medio de las elecciones que legitiman la democracia.
Dice el escritor lusitano que, durante las elecciones municipales de una ciudad sin nombre, la mayoría de sus habitantes decidió ejercer su derecho al voto de una manera inesperada. En un día lluvioso, más del 70% de los electores eligió, independientemente, votar en blanco. El gobierno decretó repetir las elecciones una semana después y el voto en blanco aumentó, resultando un 83%. Ante este hecho inesperado el gobierno emprendió una serie de investigaciones y adoptó decisiones autoritarias, represivas e incluso ilegales, tratando de relacionar la victoria del voto en blanco con la llamada «ceguera blanca», enfermedad que había afectado colectivamente a la población cuatro años antes.
Las cloacas del poder se pusieron en marcha inmediatamente: los culpables debían ser eliminados. Y si no se hallan, se inventan. Como siempre pasa con quienes no asumen responsabilidades, se empezó a hablar de complot, terrorismo, intervención extranjera y de otras mañas políticas. Se desató una ola de censura, persecución, cacería de brujas, manipulación de los medios de comunicación. Ningún ciudadano sabía qué hacer. La democracia, utilizando un elemento creado por ella misma – el voto en blanco – se estaba autodestruyendo y favoreciendo al dictador. Sin embargo, para fortuna de los líderes opositores, el gobierno se enloqueció, los poderes huyen, la locura es total. La ciudadanía se recompone sola. La gente muestra comportamientos completamente lúcidos, incluyendo a los zancudos y alacranes que buscan un cambur, una guanábana o un pimentón.
La polémica que Saramago pretendía suscitar con esta novela, llegó en términos muy duros, pero, el escritor supo esquivarla. En la presentación en Lisboa, el ex presidente Mario Soares dijo que “sería preocupante para todos los partidos un alto porcentaje de votos en blanco”. Sin embargo, la presentación más polémica ocurrió en Oporto. El más virulento fue el abogado y político Miguel Veiga, militante histórico del Partido Social Demócrata, quien calificó de “aberrante” la crítica de Saramago a la democracia. Saramago respondió que “también los sótanos de las democracias están llenos de esqueletos”.
Saramago concluyó que “cuanto más viejo, más libre me siento y cuanto más libre, más radical” y que “no faltará quien diga que acabo de hacer demagogia barata, porque la demagogia siempre nos parece cosa de los otros”. Lo cierto es que la ficción del triunfo del voto en blanco que narra José Saramago en su novela ya se hizo realidad una vez en Argentina durante las elecciones de 1957. Yo espero que tan pronto logremos rescatar la democracia y libertad en nuestra amada Venezuela, podamos poner en práctica el mecanismo democrático del voto en blanco.
Noel Alvarez
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