Cira y María son mujeres indígenas, una dupla de términos con la que se identifican en Venezuela miles de artesanas como ellas, pero también abogadas, políticas y trabajadoras de diversa índole que, con su esfuerzo, buscan hacerse visibles como colectivo que aúna etnia y género.
Cira tiene 73 años, casi todos dedicados a hacer bolsos y chinchorros (hamacas). Una vida, dice a Efe, honrando con su trabajo a sus ancestros, especialmente a sus antecesoras que le dieron un oficio con el que obtuvo independencia económica, algo hasta cierto punto transgresor dentro de la atmósfera machista en la que creció.
María tiene 47 años y pertenece al grupo de artesanas que aprendió de mujeres como Cira. Tomó el testigo cuando le correspondió y lo ha pasado a nuevas generaciones, cargado con la conciencia de la lucha de género y de la importancia de reconocerse como colectivo.
Al conmemorarse este lunes el Día Internacional de la Mujer Indígena, ambas destacan el valor de su cultura y el papel que sus abuelas y madres jugaron en su preservación, el mismo que ellas defienden con su trabajo y que inculcan a las más jóvenes, un relevo más diverso en lo profesional pero que, esperan, no olviden sus raíces.
EL ESPACIO CONQUISTADO
El mercado de San Sebastián, ubicado en la ciudad de Maracaibo, es una representación física de las conquistas de las mujeres indígenas, que van más allá de lo tangible. El espacio está dominado por ellas, algunas de las cuales son cabeza de familia, estudiantes universitarias o empresarias.
Cira, maestra de manualidades, atiende su puesto mientras remarca “lo bonito” de compartir sus conocimientos con jóvenes, no solo indígenas, sino con cualquiera que ve en la artesanía una opción de negocio y donde ella ve una oportunidad de mantener viva la cultura Wayú, la mayor etnia del país con cerca de 400.000 miembros.
“Nosotras les enseñamos la cultura que no podemos perder”, insiste la septuagenaria, quien cree que las indígenas venezolanas se pueden identificar con dos calificativos: aguerridas y trabajadoras.
Sin haberlo acordado antes, María usa las mismas palabras para tratar de definir al colectivo pero, aclara, estas mujeres “son más aguerridas ahora” y eso, explica, se debe a que no trabajan en un solo ámbito, se sienten más empoderadas respecto de sus propias vidas y “el matriarcado está más fuerte”.
“No como antes, que éramos solamente amas de casa. Ahora no, ahora estamos. Donde vos miréis hay una mujer wayú, en el Ministerio Indígena, en la Alcaldía, en el hospital, en donde vos queráis que haya una guajira allí hay una”, sentencia.
EL GÉNERO Y LA ETNIA
El feminismo indígena y la preservación étnica van de la mano en una misma lucha que, según María, se mantiene vigente y con la mirada puesta en la progresividad de los derechos para las mujeres y en que los pueblos originarios blinden su riqueza cultural a través de la enseñanza de sus lenguas y tradiciones.
Aun habiendo carteras del Ejecutivo para atender específicamente a los pueblos indígenas y a las mujeres, personas como Cira y María han sufrido un impacto diferenciado de la crisis en los últimos años, cuando el país enfrentó escasez de alimentos y medicinas, deterioro de los servicios básicos y migración masiva.
Ahora, cuando Venezuela muestra sus primeros signos de recuperación económica, las mujeres indígenas emergen también desde múltiples frentes de lucha para recordar las deudas pendientes con este colectivo y los males que les afectan particularmente.
Agrupadas en organizaciones no gubernamentales o investidas como autoridades, ellas se van haciendo comunes en el imaginario colectivo de un país que las relegó durante décadas y en el que ahora sus reclamos forman parte de la agenda, lo que no quiere decir que todo esté resuelto.
El motivo de celebración es precisamente esa multiplicación de representantes de un mismo colectivo que va más allá de una ministra o reina de belleza indígena, y que se asienta en una masa sólida de mujeres que cada día, en sus respectivas trincheras, suma un aporte a la lucha compartida.
Con información de EFE