Ya transcurrió poco más de un mes desde que los embates de la naturaleza estremecieron a cientos de familias en Las Tejerías y en El Castaño, dos sectores del estado Aragua afectados por deslaves el 8 y el 17 de octubre, respectivamente.
Quienes residen en esos sectores, aún tienen viva la imagen de cómo la furia con que las aguas de la quebrada Los Patos en Santos Michelena y Palmarito en el municipio Girardot arrasaron con sus viviendas, negocios, y todo lo que encontraron a su paso. Sin embargo, intentan reconstruir sus vidas, algunos incluso fuera de las zonas de desastres.
Y así como los sobrevivientes coinciden en recordar que lo ocurrido fue rápido y sorpresivo, los especialistas también concuerdan en que ambos eventos eran predecibles, sobre todo si se toman en cuenta eventos similares previos, como los que investigó el geólogo Franco Urbani en 1981, en la Cordillera de la Costa.
De acuerdo con el geólogo, esta cordillera es la región más extensa de aquellas en las que hay rocas ígneas y metamórficas en el norte del país, así como la más compleja geológicamente. En varios de sus valles se han evidenciado notables depósitos de bloques y peñones que alcanzan dimensiones plurimétricas de hasta 1000 toneladas de peso, todos transportados en el pasado por medio de flujos torrenciales.
“La primera descripción publicada que conocemos de grandes bloques plurimétricos son aquellos del sector de Onoto (hoy El Castaño, al norte de Maracay) por Jean-Baptiste Boussingault en 1823, quien menciona un bloque de granito de nueve metros de diámetro”, refiere la investigación de Urbani.
Lo ocurrido en ambos sectores aragüeños ha sido descrito por los especialistas como un fenómeno de remoción de masa, que no es más que el despegue o movimiento de material por efecto de la gravedad.
Luiraima Salazar, geóloga, explicó que las características de estos movimientos a lo largo de las laderas del valle encajado de la quebrada de Palmarito, al norte de Maracay, se pueden describir como grandes deslizamientos de rocas, avalanchas o aludes compuestos de rocas, lodo, arena e, incluso, gases, que descienden a gran velocidad a lo largo del cauce, llamado flujo de detritos y que impidió una respuesta inmediata por parte de los habitantes de la zona.
Muchos de los afectados coinciden en que los deslaves los tomaron por sorpresa, pero Salazar recuerda que estos eventos naturales, como los de Las Tejerías y El Castaño, son cíclicos y se originan por múltiples factores: laderas con pendientes abruptas, zonas de debilidad, suelos arenosos erosionados, lluvias torrenciales y destrucción de la capa vegetal, entre otros.
El ambientalista Enrique García, de Sembramos Todos, señala que la deforestación sufrida en las montañas del parque nacional Henri Pittier está ligada directamente al deslave de El Castaño y Palmarito, zonas urbanas construidas en las faldas del parque.
Es cierto que las montañas más cercanas a la ciudad lucen verdes, pero eso es maleza. No hay bosque, hay pocos árboles, porque los incendios forestales se producen dos y hasta tres veces en el mismo terreno”, explica.
En marzo de 2022, Crónica.Uno dio cuenta de un monitoreo realizado por el geólogo Marcos Hernández, quien para la fecha ya había detectado 2600 hectáreas del parque consumidas por las llamas. El especialista en geotecnia, mecánica de suelos y riesgo geológico de la Universidad Central de Venezuela obtuvo los datos del sistema de información sobre incendios para la gestión de recursos de la NASA, Firms.
El año con más focos de calor dentro del parque Henri Pittier fue 2020. Para entonces, el sistema Firms detectó 250 focos repartidos entre diciembre de 2019 y abril de 2020. Unas 10.000 hectáreas fueron consumidas por el fuego.
Un año después, los focos disminuyeron, pero igualmente resultaron afectadas 3200 hectáreas del parque. Durante 2022, al menos hasta principios de marzo, se habían detectado 197 focos de calor y fue en febrero cuando se produjeron mayores incendios.
15.000 hectáreas del parque nacional Henri Pittier han sido consumidas por el fuego, entre 2019 y 2022.
El estudio de 2016, el “Estado de Conservación del Parque Nacional Henri Pittier”, realizado por Bioparques, una asociación civil para la conservación de los parques nacionales, refiere quela mayoría de los incendios son intencionales y se realizan con la finalidad de quemar áreas para establecer viviendas, cultivos o potreros; para hacer más eficiente la cacería y también por el simple gusto de ver el fuego (piromanía).
Los expertos coinciden en que ambos eventos deben llamar la atención de las autoridades y de la ciudadanía para tomar medidas que eviten mayores riesgos frente a eventos como los de Las Tejerías y El Castaño.
Se construyó donde no se debía construir. En Las Tejerías se asentó una población sin planificación y en El Castaño se construyeron viviendas sin los debidos estudios de suelo. En esta última, ya había evidencias de eventos naturales previos. Debió hacerse un ejercicio lógico y preguntarse cómo llegaron esos bloques de rocas a El Castaño antes de su urbanización”, refiere la geóloga Luiraima Salazar.
Para la especialista, es imperativo que se diseñen estrategias de mitigación de daños porque estos eventos naturales como los de Las Tejerías y El Castaño pueden ocurrir nuevamente, aunque es impredecible determinar cuándo.
Salazar señala que hay que desalojar a quienes están en las zonas más vulnerables y para ello deben realizarse estudios de susceptibilidad, construcción de mapas y zonificación según los grados de amenazas.
Desgraciadamente 80 % de la población en Suramérica, incluyendo por supuesto la de Venezuela, está ubicada en zonas de alto riesgo. La mayoría de esta población vive en zonas costeras. Sin embargo, ya pasó lo peor”, explica la especialista.
El ambientalista Enrique García refiere que en El Castaño y en Palmarito existen construcciones a escasos dos metros del río.
“¿Que sucederá cuando crezca su caudal y ocupe su espacio? Allí viven cientos de personas en unas construcciones que deben ser desalojadas aunque políticamente resulte incómodo. Debe hacerse porque lo importante es salvarles la vida”, advierte.
Luego del deslave de 1987 en El Limón, también en Aragua, el gobierno de entonces contó con el apoyo de la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional (JICA) en la instalación de sistemas de alerta temprana que le permitirían a las autoridades y a la ciudadanía tomar medidas de prevención ante la posibilidad de que eventos como ese se repitieran, como en efecto ocurrió 33 años después.
Veinte estaciones de sistema de alerta temprana fueron instaladas por el gobierno japonés y distribuidas entre los nacimientos de los ríos Tuy, Turmero y El Limón. En la Colonia Tovar, El Castaño y Las Delicias, por ejemplo, actualmente están obsoletas e inoperativas”, dijo Homero Rauseo, experto en gestión de riesgo y exdirector de Protección Civil en la entidad.
Rauseo insiste en que los sistemas de alerta temprana deben reponerse porque, con seguridad, alertarán a la población y salvarán vidas.
En 2020, el coronel José Ramón Pereira, presidente del Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (Inameh) aseguraba que Venezuela estaba “integrada a un sistema de gestión de riesgo y sistema de alertas tempranas, con conexión directa con la Dirección de Protección Civil. Gracias a la inversión que ha hecho el Gobierno estamos modernizando nuestros equipos, lo que ha permitido estar en los primeros puestos a nivel internacional de disponibilidad con respecto a la información meteorológica”.
Para Luiraima Salazar, urge la construcción de obras hidráulicas para la selección sedimentológica y control de flujos, obras de control de erosión de taludes, laderas y pendientes inestables, obras para la canalización, estabilización y limpieza de los cauces de ríos y quebradas.
No hay información pluviométrica en tiempo real para conocer el riesgo y generar alertas tempranas. Las informaciones pluviométricas deben ser de conocimiento colectivo a fin de preparar a la población y elaborar planes de contingencia”, dijo.
Salazar refiere que es fundamental la investigación científica y la instalación de sistemas de monitoreo hidrometereológico permanente, a través de instrumentos de alta tecnología que permitan procesar y leer en tiempo real las cuencas de los ríos.
El 17 de octubre, según el reporte pluviométrico del SAT-Inameh, hubo precipitaciones intensas durante siete horas que alcanzaron un total de 37 mm en la cabecera de El Castaño, sumadas a las lluvias torrenciales que cayeron de manera prolongada en los 15 días previos a los eventos.
“Esas lluvias habían saturado los suelos y alertaban un nivel de riesgo muy alto”, señaló Salazar.
Con información de El Clarín.