Era la madrugada del 23 de enero cuando la balsa, con 28 personas a bordo, zozobró en la costa norte de la provincia de Matanzas, Cuba. Al menos cinco balseros murieron y otros 12 permanecen aún desaparecidos. La tragedia, que vuelve a enlutar a las familias de esta isla, ocurrió apenas dos semanas después de que se iniciara un nuevo programa migratorio concebido por Estados Unidos para frenar la avalancha de cubanos que ha estado llegando a su frontera sur.
«Necesito un patrocinador, cueste lo que cueste», me dijo mirándome, sin pestañear, un vecino al que le sobran canas y le faltan recursos. Atrapados en el ascensor de este bloque de concreto, modelo yugoslavo, el hombre se sentía lo suficientemente seguro para lanzarme su pedido: «Alguien que me saque de aquí y pago con trabajo lo que sea». En su apartamento de un edificio que se construyó con subsidio sovético en la década de los 80, su mujer, sus dos hijas y tres nietos esperan porque sus gestiones brinden frutos cuanto antes.
Mi vecino, que hasta hace poco militó en el Partido Comunista, ahora quiere encontrar un camino para «sacar a la mayor brevedad» a los suyos. La posible vía de fuga es el programa de parole humanitario que Estados Unidos anunció a inicios de este año para beneficiar a migrantes de Venezuela, Nicaragua, Cuba y Haití. Con dicha medida, Washington pretende acoger cada mes a 30.000 nacionales de estos países, y rechazar a los que intentan ingresar a su territorio de forma ilegal.
Pero el camino no es nada fácil. Para tramitar el parole humanitario, el beneficiario debe contar con un «patrocinador» en Estados Unidos, que tiene que asumir la responsabilidad con su situación financiera y mostrar ingresos monetarios que le permitan iniciar el proceso. Aunque en los últimos años la emigración cubana ha sido muy variopinta, de diferentes clases sociales y orígenes raciales, es evidente que el exiliado blanco y profesional tiene ahora mejores posibilidades que le aprueben una parole para su parientes en la isla.
Si la balsa hacia el estrecho de Florida o el cruce por Centroamérica es brutal y potencialmente mortal, el nuevo parole parte de unos requisitos económicos que filtran y dejan fuera del tamiz a los grupos más pobres, menos urbanos y a los afrodescendientes. Este es un camino para los que pueden tener a alguien del lado de allá que ponga la cara y la billetera. Pero esta isla contiene millones de almas en pena deseosas de escapar pero que no pueden contar con un patrocinador.
La tensión ha terminado por estallar. Los que siguen armando la balsa para enfrentarse al mar son los que no tienen otra opción. A diferencia de mi vecino, camarógrafo jubilado de la televisión oficial, que lanza sus propuestas a todo el que le pase por delante y, probablemente, tiene algún pariente en Florida que financie parte de su escapada, los balseros de este minuto son los que no encajan ni en una categoría ni en otra. No quieren quedarse, pero ningún programa legal y ajustado a sus bolsillos les permite irse.
Madrugada del 23 de enero: 28 personas sin posibilidades de ser «patrocinadas» y sin esperanzas de tener una mejor vida en Cuba se lanzan al mar. Las olas se han tragado los sueños de buena parte de esos cubanos.
Con información de DW – US LATM