En la vorágine de la guerra de narrativas, la historia se desvanece. Cada acontecimiento es diseccionado, manipulado y reconfigurado para satisfacer objetivos propagandísticos. Lo que no encaja en la narrativa preferida simplemente se borra, se reinventa, se distorsiona hasta ser irreconocible o se relega al olvido. La verdad se vuelve maleable, sometida a la voluntad de quienes buscan controlar el relato. Los hechos se retuercen y tuercen hasta adoptar la forma deseada por el narrador. Matices, contradicciones y voces disidentes son eliminados para crear una ilusión de coherencia. En este caos amoral donde la realidad es lo que grupos hegemónicos dicen que es, la primera víctima es la historia misma. Y sin el faro de la historia, la sociedad queda a la deriva en un mar de mentiras, vulnerable a repetir los errores del pasado una y otra vez. La guerra de narrativas es así una guerra contra la verdad, contra el conocimiento, contra la memoria colectiva de la humanidad. Una guerra que no podemos darnos el lujo de perder.
En una época en la que cada individuo puede creer lo que desee, las falsedades “prêt-à-porter” son diseñadas con fines diversos en una variedad de plataformas de redes sociales, lo que merma el valor de la verdad misma. La «guerra de narrativas», el uso estratégico de información sesgada y relatos para moldear la opinión pública, se ha convertido en una poderosa arma en los conflictos modernos. A lo largo de la historia, las facciones en conflicto han recurrido a medias verdades, exageraciones y mentiras descaradas para obtener apoyo para sus acciones, a menudo violentas e injustificables. Hoy en día, la propagación de narrativas engañosas es más fácil que nunca, permitiendo a líderes o grupos sin escrúpulos manipular a las masas, avivando el odio y promoviendo agendas divisorias. Incluso tecnologías como la inteligencia artificial y los deepfakes se están utilizando para generar contenido falso que refuerce estas mentiras, como lo hace el grupo terrorista Hamás contra Israel. Las mentiras se emplean en esta guerra moderna para demonizar a los adversarios, reescribir la historia, propagar teorías conspirativas y negar crímenes, con consecuencias peligrosas.
El término «guerra de narrativas» se refiere al esfuerzo deliberado por moldear la percepción pública de un conflicto mediante la difusión de información sesgada, incompleta o falsa. Un ejemplo histórico notorio es la maquinaria de propaganda nazi bajo Joseph Goebbels durante la Segunda Guerra Mundial. Goebbels supervisó los esfuerzos para retratar falsamente a los judíos como una amenaza para Alemania, allanando el camino para el apoyo público a los horrores del Holocausto.
Más recientemente, y viendo con tristeza como la historia se repite, los terroristas de Hamas han orquestado una narrativa falsa de gran impacto en torno a un ataque israelí a un hospital en Gaza. Según esta narrativa, Israel habría bombardeado deliberadamente el hospital Al-Ahli, donde miles de palestinos desplazados buscaban refugio de la ofensiva israelí en la Franja de Gaza. Sin embargo, Israel ha refutado esta versión y presentado pruebas irrefutables que indican que un cohete mal lanzado por uno de los aliados de Hamas, la Yihad Islámica Palestina, fue la causa del incidente, que, por cierto, no generó el número de muertos que señalan los yihadistas.
Esta falsa narrativa caló a nivel mundial y ha generado la indignación y la condena de gran parte del mundo musulmán contra Israel, permitiendo a Hamas presentarse como víctima para buscar apoyo de países como Irán. Simultáneamente, ha desencadenado una ola de violencia, donde incluso se han lanzado misiles desde Yemen hacia Israel, afortunadamente interceptados por un buque de la armada estadounidense. Como vemos, los extremistas logran su objetivo de presentarse como los afectados, fomentando una guerra a gran escala, aunque su objetivo declarado, la creación de un Estado Palestino, se aleje cada vez más. La resolución de un conflicto tan complejo solo podrá lograrse a través de medios pacíficos, no mediante la coerción terrorista.
Es duro constatar que, en pleno 2023, grupos terroristas que cometen atrocidades, como decapitar niños, quemar personas vivas, secuestrar familias enteras y torturar a civiles inocentes, logren avanzar en su causa propagando falsedades.
También, en el pasado, hemos visto ejemplos notorios de narrativas falsas que llevaron a la persecución y la violencia, como la creencia falsa de que los judíos eran responsables de la peste negra en Europa durante la Edad Media, lo que resultó en la persecución y el asesinato de miles de judíos. Del mismo modo, la falsa narrativa de que los negros eran inferiores a los blancos, lo que justificó la esclavitud y la discriminación racial en todo el mundo.
Entre las tácticas más efectivas de actores malintencionados, está la de demonizar o crear un enemigo. En países como Venezuela, Cuba y China, se utilizan narrativas falsas para retratar a sus opositores y/o países rivales como enemigos malvados e inferiores que deben ser derrotados. Por ejemplo, los tachan de «terroristas» y «escoria», «cúpulas podridas» a quienes se les oponen.
Cuando se atribuyen características negativas a los adversarios, como maldad, inferioridad o irracionalidad, se fomenta el odio y la violencia necesaria para ganar adeptos a sus causas. Al mismo tiempo, se niega la condición humana del adversario y se anula la empatía y la compasión hacia ellos, facilitando la agresión sin remordimientos.
La reescritura y distorsión de la historia es una táctica comúnmente utilizada para moldear la narrativa a favor de ciertos intereses. Un ejemplo claro es el del régimen soviético, que distorsionó hechos históricos para adaptarlos a la ideología comunista. Borró del registro a disidentes y reescribió la narrativa sobre los gulags. De manera similar, hoy, Rusia distorsiona la historia de Ucrania para justificar su invasión.
Las teorías conspirativas son intentos de explicar una realidad que no comprendemos completamente. Estas teorías buscan describir hechos que han ocurrido o podrían ocurrir, basándose en la supuesta existencia de una conspiración por parte de uno o varios grupos secretos que manipulan los acontecimientos con propósitos perjudiciales para el resto de la población.
Un ejemplo es la teoría conspirativa del régimen iraní, donde el presidente, Ebrahim Raisi, ha desempeñado un papel destacado en la promoción de la teoría de «Los Protocolos de los Sabios de Sion», un documento falso que data del siglo XIX y que fue creado por los servicios de inteligencia rusos. Su objetivo era culpar injustamente a la comunidad judía de las dificultades que enfrentaba el imperio ruso en ese momento.
Lo alarmante es que este documento ha persistido a lo largo de más de un siglo y ha alimentado una corriente de odio, catalizando el acoso antisemita, los asaltos y los pogromos. Cabe destacar que «Los Protocolos de los Sabios de Sion» también desempeñaron un papel en la creación de una atmósfera de hostilidad que sentó las bases para el Holocausto.
Por último y no menos importante, a lo largo de la historia, se ha usado la religión y la ideología para justificar acciones violentas. Los regímenes comunistas explotaron la ideología marxista para convencer al público de que la violencia contra los disidentes estaba justificada en nombre de la «revolución» y el «progreso».
En el conflicto actual en el Medio Oriente, la religión juega un papel de relevancia significativa. Por ejemplo, ISIS (Estado Islámico) se ha apoyado en una interpretación del islam para promover su agenda violenta, llevando a cabo atentados crímenes y masacres (como crucificar cristianos en Siria y cometer un genocidio de miles contra grupos étnicos como el yazidí). Esta explotación de la religión ha generado y sigue generando un ciclo de violencia peligroso e interminable.
Con dos guerras trascendentales en curso, el mundo se encuentra al borde del abismo. Cada persona está atrapada en un torbellino de desinformación y creencias sesgadas en donde narrativas sofisticadas tienen el poder de manipular a grandes masas. Muchas de estas narrativas falsas tienen el peligroso propósito de fomentar una ola de violencia global que podría desencadenar una guerra mundial.
Desafortunadamente, las redes sociales facilitan la difusión masiva de mentiras, por lo que debemos mantenernos alerta y ejercer un escepticismo crítico ante cualquier narrativa que busque deshumanizar a algún grupo, reescribir hechos históricos o promover la violencia.
Es tiempo de que una ciudadanía alerta, crítica e informada se active y exija a sus gobiernos transparencia. Los medios de comunicación tienen una responsabilidad histórica y deben alzar la voz como centinelas de la verdad, sin dejarse intimidar.
Y nosotros, simples ciudadanos del mundo, tenemos más poder del que creemos: el poder de difundir compasión en lugar de odio, sensatez en lugar de fanatismo, verdades en lugar de mentiras. Juntos podemos tejer una red de consciencia que abrace al mundo.
La verdad es la única vía hacia la reconciliación genuina y hacia la paz perdurable.