La reforma de la ONU vuelve a la palestra pero sin grandes expectativas

La Semana de Alto Nivel de Naciones Unidas, que comienza el martes, llega este año con nuevos y recurrentes llamamientos a la reforma de los organismos de la propia ONU, una reforma que en su enunciado tiene apoyo mundial pero que se topa con intereses irreconciliables en el momento de traducirse en propuestas concretas.

La incapacidad de la ONU para frenar la guerra de Ucrania y la de Gaza ha teñido su imagen de un halo de ineficacia, aun cuando se admite su papel insustituible como primer organismo de ayuda humanitaria del mundo, sea en conflictos o en desastres naturales.

El famoso derecho de veto del que gozan cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad -los que ganaron la Segunda Guerra Mundial: EEUU, Rusia, China, Reino Unido y Francia- simboliza como pocos el desequilibrio de un mundo donde África, Latinoamérica y gran parte de Asia se sienten ajenas a la toma de decisiones.

La estructura de la ONU data de hace casi 80 años, exactamente de 1945, con las brasas de la Segunda Guerra Mundial todavía calientes. Fueron 50 los países fundadores -ni siquiera la España de Franco estaba entre ellos-, y la mayoría de países africanos aún no existían porque no habían alcanzado la independencia.

Derecho de veto «para promover nuestros intereses»

Por el momento, ninguno de los cinco países permanentes se ha mostrado dispuesto a renunciar al veto, y el pasado martes la embajadora de EEUU ante la ONU, Linda Thomas-Greenfield, lo expresó de forma un tanto brutal: «Usamos el veto para promover los intereses del gobierno estadounidense. Es un poder que tenemos y por el que no vamos a disculparnos», expresó, antes de aclarar que EEUU «no está dispuesto» a renunciar a ese privilegio.

Un día después, el secretario general António Guterres, preguntado por el tema, se mostró fatalista: «Si usted pregunta si me gustan los vetos, obviamente no. Pero si cree que estoy convencido de que es posible eliminarlo, estaría mintiendo (…) Soy escéptico sobre la abolición del veto».

El veto ha sido usado principalmente por Estados Unidos para evitar una y otra vez condenas a Israel, pero también lo ha utilizado Rusia para frenar resoluciones sobre Ucrania o sobre Siria, o China para librar a Birmania o Corea del Norte de amonestaciones. Ha sido en este 2024, con la guerra de Gaza, cuando más escándalo ha causado por haberse erigido en el principal obstáculo para parar el conflicto.

Guterres dijo que lo único realista en este momento es pensar en la ampliación del Consejo de Seguridad, máximo órgano político de la ONU, o para reforzar los poderes de la Asamblea General, donde se sientan en pie de igualdad los 193 estados y el voto de China vale tanto como el de las Islas Marshall. La Asamblea también vota resoluciones, pero al ser de carácter no vinculante su valor es sobre todo simbólico.

Con todo, incluso la ampliación del Consejo de Seguridad -actualmente con quince miembros, cinco permanentes y diez rotatorios- no se ve clara por existir demasiados candidatos: Alemania, Japón, India, Brasil y Sudáfrica -países con gran peso económico o geopolítico- han reclamado un asiento permanente en esa futura ampliación, pero la única propuesta que parece superar por el momento las distintas sensibilidades es dar a África algún puesto permanente, sin concretarse nombres.

Estados Unidos ha propuesto un asiento para las pequeñas islas del Pacífico, unos estados que le han demostrado de forma permanente su fidelidad en las votaciones más delicadas en la ONU, lo que tal vez explique el apoyo de Washington, pero el peso de estos países en la geopolítica mundial es nulo.

¿Para cuándo una mujer?

Hay un puesto muy importante en la estructura de la ONU, como es la secretaría general, que nunca ha sido ocupado por una mujer. Un acuerdo no escrito establece que debe existir una rotación continental, y así ha sido en los últimos mandatos, pues al portugués António Guterres (en su segundo mandato, que termina en 2026) le precedió el coreano Ban Ki-moon, y a este el ghanés Kofi Annan.

Desde hace años circula la idea de que es necesario ver a una mujer al frente de la ONU, y la mejor situada para sustituir a Guterres parecía la chilena Michelle Bachelet, no solo por su amplia experiencia en otros organismos de Naciones Unidas, sino porque se cumpliría también la rotación continental (el puesto no recae en un americano desde el peruano Javier Pérez de Cuéllar).

Sin embargo, el controvertido informe de Bachelet al dejar su cargo de Alta Comisaria de Derechos Humanos sobre los atropellos en la región china de Xinjiang la han convertido en ‘persona non grata’ para Pekín, y por ello se busca ahora otro perfil femenino aceptable para las grandes potencias.

Suenan nombres como la mexicana Alicia Bárcena, la neozelandesa Jacinda Ardern o la búlgara Kristalina Georgieva.

 

 

 

 

Fuente: 800 Noticias

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