Se trata de la columna del escritor venezolano Leonardo Padrón, quien cuenta la historia de dos jóvenes venezolanos que encontraron su amor dentro de las protestas que se llevaron a cabo en el país.
Gloria nunca imaginó que iba a conseguir su gran historia de amor en el tremedal de las protestas que surcaron al país durante el primer semestre del año 2014. Recuerda nítidamente el día que se acercó al campamento que se organizaba en Santa Fe. A fin de cuentas, esa era su urbanización, el sitio donde creció. Veía cómo algunos jóvenes llevaban colchonetas, carpas, comida. Bajó de su edificio con sus manos pintadas de blanco y su pancarta. Esa vez apenas advirtió a Eitan, un joven bachiller que bajaba por el otro lado de la calle. Pero él sí se detuvo en ella. Tanto que días después coincidieron en el campamento y luego de abordarla le describió la ropa que llevaba la primera vez que la vio. Gloria negó ser ella. Solo quería constatar cuánto había reparado en su estampa. Coqueteaba de la forma elusiva que emplean las mujeres. Era el 4 de mayo. Justo esa noche ella cumplía 20 años. Ambos estaban en ese lugar movidos por la misma pulsión: solidaridad con los estudiantes detenidos por protestar contra el gobierno de Nicolás Maduro. El primer día que Eitan se quiso sumar, la mamá lo frenó en seco: “¿Para dónde vas tú?”. El replicó: “Mamá, ya yo tengo 18 años, estoy en mi derecho”. Gloria, por su parte, recibió una frase visionaria de su madre: “Gloria Stella, estás buscando lo que no se te ha perdido”.
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No pertenecen a ningún partido político. Ella estudia diseño de modas. El ambiciona estudiar Ingeniera Mecánica en la UCV el año que viene. Ella tiene la cabellera negra y un carácter tajante. El tiene la mirada verde, una sospecha de bigote y una leve aura de inocencia. Ella participa en competencias de canto cada vez que puede. El trabaja en una tienda y es miembro activo de la Iglesia de Cumbres de Curumo. Ahora es que tiene edad para votar. Ella ya lo ha hecho dos veces.
Eitan cuenta el día que la Guardia le arrancó un amigo de los brazos. La tarde que –huyendo- traspasó un techo de asbesto y cayó de espaldas sobre un lavandero. O cuando el dueño de un solar los amenazó con una granada fragmentaria y terminó señalándoles una ruta de fuga. Habla con orgullo de cómo fue él quien le puso electricidad al campamento. Gloria recuerda a la señora que la ocultó en su casa una noche entera, sin siquiera conocerla. El enfrentamiento a piedras con los grupos paramilitares armados. Cada uno tiene sus anécdotas por separado. Hasta que vino la historia en plural.
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La noche del cumpleaños de Gloria él le ofreció su carpa para quedarse en el campamento. Ella se negó, suponiendo que era una invitación demasiado directa. Pero no es ese su estilo. De hecho, hoy en día lo tilda de lento: “El es quedadísimo. Hasta tuve que decirle: ¿y tú no me piensas pedir el pin?”. Finalmente pasaron una noche juntos en la carpa. Un día después, una lluvia feroz los puso a prueba. El luchaba contra el vendaval, amarraba plásticos, se les empapó la ropa y la comida, a ella la picó un extraño insecto. Un pequeño desastre. Ella intentaba estudiar porque tenía examen al otro día. El parloteaba a cántaros. Se quedaron dormidos sin sospechar que ese 8 de mayo el ministro del Interior, Rodríguez Torres, había ordenado el desmantelamiento de todos los campamentos del país a una hora con sabor a emboscada: 3 am.
A Gloria la despertó un tumulto de manos zarandeando la carpa. Había llegado la Guardia del Pueblo. “Nunca en mi vida había sentido tanto miedo. Eran como 400 guardias contra 6 personas”, recuerda mientras hunde la mirada. La Guardia se concentró en los muchachos. Ella quiso escabullirse pero alguien la vio: “¡La femenina, agarren a la femenina!”. Ese era el término que usaban. Ambos cayeron detenidos.
En la acusación se habla de porte ilícito de armas e instigación al orden público. Ellos – juran con énfasis – nunca vieron una pistola 9 mm en esa carpa. “Libertad Santa Fe” fue el último campamento de la resistencia. De los detenidos esa noche sólo les dictaron privativa de libertad a Gloria y Eitan. Destino: 45 días de reclusión en el Sebin.
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El 10 de mayo aun pernoctaban en el Comando de la Guardia del Pueblo, esposados uno al otro, lidiando con sus lágrimas y la larga noche que apenas empezaba. Eitan obedeció a un impulso y le preguntó a Gloria: “¿Quieres pasar el resto de tu vida conmigo?”. Ella se aturdió con tamaña frase. “¿En serio me estás preguntando eso?”. Aun ni siquiera eran novios. Luego del silencio que cabe en una hora él insistió, y Gloria –mujer siempre- demoró su respuesta hasta que le dijo que claro, que por supuesto. El teniente de guardia se burló de ellos.
Finalmente desembocaron en los calabozos del Sebin. El estaba en una celda donde había 9 jóvenes y luego se atestó con 17 detenidos. Ella en otra con cinco muchachas, incluida la líder estudiantil Sairam Rivas. Los dividía una pared. Estar separados les generó algo bastante parecido a la desesperación. A los dos días, un funcionario le entregó a Gloria una carta cuyo remitente estaba a cinco metros de distancia. Ella gritó de felicidad.
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Mientras me relatan su historia sacan al unísono dos manojos. Son las cartas que se escribieron durante sus 33 días de cárcel. Es un momento inesperado. Gloria me extiende una carta de él, profusa, escrita en una letra menuda y atropellada. Allí Eitan derrama sin recato su amor. Habla de los hijos que tendrán. De la casa que hará con sus propias manos. De todo lo que habrá en cada habitación, del jardín posible, de la sala de juegos. Gloria sólo conserva cuatro de las muchas cartas que él le escribió. Por un equívoco lamentable su mamá quemó el resto. Eitan, por su parte, me acerca las veinte cartas exactas que Gloria le escribió, conservadas con un afán conmovedor. Son hojas atestadas de corazones y calcomanías, con una letra redonda y apasionada.
Dos manojos de cartas fabulosamente cursis. Con la edad perfecta para serlo. Como lo dijo Fernando Pessoa: “Pero al fin y al cabo/ sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor/ sí que son ridículas”.
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En la segunda carta Eitan le propuso a Gloria otra forma de comunicación: la percusión. Cinco golpes a la pared significaban: “¿Estás ahí, estás bien?”. Cuatro golpes: “Te amo”. Tres golpes eran “te mandé algo”. Dos golpes: “recibido”. Los compañeros de celda no soportaban la frecuencia de sus diálogos de cemento: “¡Chamo, pareces un enfermo!”. A veces, fingían los golpes sólo para verlo corriendo hacia la pared, jurando que era Gloria llamándolo. Ya a esas alturas, tanto los funcionaros del Sebin como sus compañeros de celda habían asumido el arquetipo shakesperiano. “Te lo manda Romeo”, le decía un comisario a Gloria mientras le entregaba un chocolate. “Carta de Julieta”, anunciaba con complicidad algún empleado de limpieza mientras le daba a Eitan un minúsculo sobre que ella había armado con la página de alguna revista. Gloria confiesa: “Yo nunca en la vida había escrito nada”.
Un día un funcionario llamó a Eitan y le dijo que había interceptado una carta de Gloria para él. Se la leyó en voz alta: “Amor, te confieso que he tenido relaciones con funcionarios del Sebin. De hecho, he estado con dos al mismo tiempo”. A Eitan se le paralizó el rostro y el funcionario descolgó una carcajada. El humor, lo sabemos, también puede ser cruel.
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El día que a Eitan le llegó la noticia de su excarcelación -gracias a los infatigables oficios del Foro Penal Venezolano- solo pensó en Gloria. Pidió despedirse de ella. Cuando le dijo que salía en libertad, Gloria sintió un desamparo monumental. Le sobrevino la magnitud de su soledad. No más golpes de amor en las paredes. No más el sonido de su voz al fondo de la otra celda. Sentía que la estaba abandonando. Eitan le aseguró que ella también saldría en las próximas horas. Y tuvo razón: al día siguiente llegó su libreta de excarcelación. Libertad bajo fianza. Hoy están sometidos a un régimen de presentación cada treinta días. El cargo por porte ilícito de armas continúa.
Mientras me cuentan su historia, Eitan no deja de voltear ante cada persona que pasa o se sienta en la mesa vecina al café donde conversamos. Se siente vigilado permanente. Gloria confiesa que sufre de rabia reprimida, que una pesadilla puntual la despierta a las tres de la madrugada, que más nunca ha vuelto a dormir con la luz apagada. Ambos están bajo terapia. Les hablan de shock postraumático: “Ya más nunca seremos los mismos”.
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Hoy parecen una pareja de larga data. “Ella se obstina por todo”, apunta él. “El no me deja hablar”, justifica ella. Eitan: “Yo soy el Gandhi de la relación”. Gloria: “Tengo un carácter muy fuerte”. Son apenas noventa días de noviazgo. “Y los que faltan. Paciencia!”, acota ella, con un sentido de pertenencia mutua que implica aprender a convivir con los defectos del otro. Pero durante toda la conversación no se soltaron las manos. Gloria cuenta que le critican que se haya enamorado de un niño de 18 años. Como si fuera toda una señora de 20 años. Les reprochan la vehemencia: “Tienen tres meses y ya quieren vivir toda la vida juntos”. Ella argumenta que nadie sabe por lo que pasaron. Nadie. Fue mucho el miedo que experimentaron juntos. Y el apoyo mutuo. Inmenso.
Lo mejor de esta crónica es que el título es un exceso. No hay desenlace trágico. No hay veneno, ni equívoco, ni mortandad. En definitiva, no hay Shakespeare. En mitad de la furia de las protestas, los perdigones y las bombas lacrimógenas, nació una historia de amor. No hubo mejor antídoto para la pesadilla que vivieron por reclamar un mejor país.
Su madre le dijo aquella noche: “Gloria Stella, estás buscando lo que no se te ha perdido”. Encontró la cárcel y a Eitan Alberto del Campo García. Ambos mejor conocidos en los calabozos del Sebin como Romeo y Julieta.
Después hablan de los escritores de telenovelas. La vida imita a la televisión, dijo alguna vez Woody Allen.
Leonardo Padrón