Ante la inocultable crisis por la que atraviesa el sector salud, se han hecho sentir las voces de respetados profesionales de la medicina recomendando se decrete un estado de emergencia sanitaria. La respuesta oficial ha sido negar lo que está a la vista: que las clínicas y hospitales del país carecen de los insumos indispensable para prestar atención adecuada a los pacientes y que la indolencia del ministerio de Salud se refleja en la falta de dotación de equipos y el poco o nulo mantenimiento de los centros asistenciales bajo su mando.
De seguidas, claro, el señor ministro y su claque lanzan dardos infectados de insultos contra quienes han tenido la sensatez de alertar a la población del peligro que corren nuestras vidas en manos de estos bárbaros a los que ya nadie les cree.
Nadie les cree porque desde que se instalaron en el poder no han hecho sino prometer para no cumplir, comenzado por el bocón eterno, cuya megalomanía lo llevó a ofrecer la construcción de un gasoducto transcontinental, proyecto que ni siquiera llegó al papel; o anunciar, a toda garganta, el desarrollo del eje Orinoco-Apure, que nadie supo nunca a ciencia cierta con qué se comía; delirios que envejecen en el baúl de los recuerdos junto al quimérico saneamiento del Guaire, los gallineros verticales o el rescate de los niños de la calle.
Los que depositaron su confianza en el comandante de Sabaneta la traspasaron a Nicolás Maduro quien, en menos de lo que canta un gallo, hizo caer al piso las ingenuas expectativas de esos fieles vestidos de rojo que aun suponen que los perros puede amarrase con longanizas. Maduro ha resultado tan falsario como su antecesor y lo que dice no alcanza siquiera a entrar por un oído para salir prontamente por el otro.
¿Pruebas? Sus reiteradas afirmaciones acerca de la fortaleza de un aparato productivo que todos sabemos ha sido destruido a conciencia. Y, como Maduro, todos los altos cargos del gobierno, los funcionarios medios y hasta los burócratas de tres al cuarto carecen de credibilidad.
Lo que ha ocurrido en el Hospital Central de Maracay donde, de acuerdo con medios responsables y al presidente del Colegio Médico de Aragua, Ángel Sarmiento, habrían fallecido 8 personas, víctimas de una enfermedad no identificada, aunque nos alarme no debe sorprendernos.
Los decesos no se deben, asevera el dirigente gremial, a dengue, chikungunya, ébola o meningoccemia, sino a lo que han dado en llamar «síndrome hemorrágico febril agudo». Las autoridades, ¡cómo no!, han refutado esas informaciones y declararon que fueron dos los decesos registrados por el extraño mal; y, colmo de los colmos, el gobernador del estado, Tarek el Aissami, amenazó al doctor Sarmiento con ejercer acciones legales en su contra e intentó descalificarlo tildándolo de golpista y desestabilizador.
Golpista y desestabilizadora son, en verdad, su falta de credibilidad y escaso talante democrático; él y sus jefes son unos embusteros que han hecho de la mentira su único mecanismo de defensa.
El Nacional