Nunca ha tenido un trabajo regular y las deudas que él mismo contrajo a lo largo de su vida lo empujaron a la marginalidad. «No es un palacio, pero es más cómodo que la calle», asegura respecto a la tumba donde vive, cuyas lápidas son tan antiguas que es imposible identificar a quienes allí están enterrados.
«Si muero por la noche, estaré en el lugar correcto», asegura Bratislav, que recoge comida de la basura, subsiste gracias a la buena voluntad de las personas y ha renunciado al trabajo formal para su vida.
Respecto a la cotidianidad entre ataúdes , el vagabundo serbio asegura que debe salir despacio del nicho que ha ocupado, para no asustar a las personas que transitan la zona. «Al principio tenía miedo, pero ahora me asustan más los vivos que los muertos», asegura.
DC/Infobae