Un hombre se estaba quedando en la bancarrota debido a que le era muy difícil rechazar las constantes exigencias de su esposa de mantenerse al mismo nivel económico y social de una familia amiga; él era el único hijo varón y el menor de cuatro hermanos. Él cuenta que en su casa había un estándar extraño respecto de las peleas físicas: sus tres hermanas eran tres y siete años mayores que él. Hasta que llegó a sexto grado eran más altas y más fuertes, y aprovechándose de esto lo golpeaban y lo magullaban. Pero sus padres le decían: Tú eres el varón, los varones no les pegan a las niñas. Y él decía: ¡Me agarraban entre tres, ¿y si les devolvía los golpes era mala educación?! …allí desenterró parte de la raíz de los conflictos con su esposa.
Cuando los padres enseñan a sus hijos que es malo decir que no, les están diciendo que es malo fijar límites y que los demás pueden hacer con ellos lo que se les antoje. Envían a sus hijos indefensos a un mundo lleno de maldad, mismo que se manifiesta en personas controladoras, manipuladoras y explotadoras.
Para sentirse seguros en un mundo malvado, los niños necesitan fuerza para decir cosas como: No…, No estoy de acuerdo…, No lo haré…, Porque no quiero…, Deja de hacer eso…, Me duele…, Eso está mal…, No me gusta cuando me acaricias ahí… Si se bloquea la facultad de los niños para decir que no, se convierten en adultos con límites lesionados que dicen sí a lo malo. Este conflicto de límites se conoce como complacencia. Las personas complacientes no tienen límites bien definidos y precisos: se funden con las exigencias y necesidades de otros; hacen creer a todos que les gustan las mismas películas y los mismos restaurantes, para “seguirles la corriente”; minimizan las diferencias con los demás, para no causar ningún problema; son como los camaleones: después de un rato, no es posible diferenciarlas del medio.
Esta incapacidad de decir “no” a lo malo, no solo impide rechazar la maldad y el pecado en su vida, sino que les inhabilita para reconocerlos. Mucha gente complaciente toma conciencia demasiado tarde de que tiene una relación peligrosa o abusiva. Su radar emocional y espiritual está dañado, no sabe cómo cuidar su corazón: Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida. (1) Pero el complaciente no lo puede cuidar por tener paralizado los músculos del “no”, por temor a herir los sentimientos de los demás, al abandono o a la ira de otro; por miedo a pasar vergüenza, a ser considerado egoísta, a no ser “espiritual” o por temor a una conciencia demasiado estricta o crítica que le lleva a sentirse culpable y a condenarse por cosas que Dios mismo no condena: …Su conciencia se contamina por ser débil. (2) Por temor a desobedecer a un padre interno crítico severo se hace incapaz de enfrentarse con otros; asume demasiadas responsabilidades y fija demasiados pocos límites…
¿Eres complaciente? ¿Dices sí a lo malo con facilidad? Profundizaré en recursos de apoyo para revertir esta dañina tendencia, en las siguientes entregas.
Proverbios 4:23 (NVI) ; 1 Corintios 8:7b (NVI)
DC / Raúl Parra / rlpt10@yahoo.es / @RaulParraT