La primera Supercopa Euroamericana se queda en Argentina después de que el Sevilla cayera víctima de un error propio, en el gol de Kaprof, y otro del árbitro, que no señaló un penalti sobre Aspas. El partido fue digno de lo que se jugaba, con dos equipos intensos que despejaron cualquier duda sobre lo amistoso del mismo y, a falta de juego brillante, depararon un duelo interesante para el espectador.
River y Sevilla enseñaron sus cartas desde el principio. Los de Nervión con un juego muy directo, aprovechando la velocidad de Aspas y Gameiro y los adiestrados por el ‘Muñeco’ Gallardo con un fútbol más creativo, con el que intentaban llegar a la portería defendida hoy por Beto.
El balance de los primeros cuarenta y cinco minutos tal vez fuera favorable a los argentinos, pero fueron los pupilos de Emery, pese a estar muchos minutos a merced de su rival, los que pudieron adelantarse con jugadas rápidas que no fueron gol por escasos centímetros. Gameiro avisó con un disparo que atajó Charini; Aspas sembró el pánico en la parroquia del Monumental cuando a los 24 minutos se quedó sóolo ante el meta local y cruzó en exceso el balón para que pasara rozando el palo; y ya bordeando el descanso, una entrada por banda de un activo Aleix Vidal acabó en un centro al que, con la meta vacía, Gameiro no llegó por muy poco.
Si habláramos de justicia, tampoco hubiera merecido el Sevilla tanto premio. River, con un juego intermitente, tuvo sus opciones, sobre todo en los veinte últimos minutos de la primera parte, en la que el balón fue casi monopolizado por los bonaerenses. Beto incluso tuvo que salvar al Sevilla con una mano prodigiosa (32′), antes de escurrirse delante del delantero (37′) y casi costarle un gol a la contra.
Pero si algo había quedado claro en esta primera mitad es que de amistoso tenía poco. No sólo por la velocidad a la que se jugó, por las cinco cartulinas amarillas que enseñó el árbitro o por la conato de pelea que hubo en un córner, sino por la intensidad con la que se jugó el envite.
El descanso sirvió para que el Sevilla cambiara de golpe a cuatro titulares y quitara a Carriço, Pareja, que tenían una amarilla, aparte del chaval Romero y de darle la oportunidad a un Barbosa que regresaba a un estadio donde jugó como local.
River, que dio entrada a Kaprof por el amonestado Mercado, salió con la clara intención de llevarse el partido. A la iniciativa de la primera mitad añadió mayor intensidad y, sobre todo, control del esférico, mientras el Sevilla, con el terreno de juego en muy mal estado, se veía impotente de conducir tantos metros el balón para hacerlo llegar al área de Charini.
Seguros atrás, los de Gallardo se fueron descaradamente a por la portería de Barbosa. Kaprof, quien había revolucionado el ataque ‘millonario’, tiró al palo. Era el primer aviso de lo que esperaba al Sevilla, quien tuvo, eso sí, una ocasión en los pies de Iborra que se fue arriba y una internada de Aleix que casi acaba en penalti, pero cuyas llegadas, lejos de tener la profundidad de las de la primera mitad, tenían que trabajarse mucho más.
La entrada de Mora por Gio Simeone ya decantó de forma definitiva el choque. Con el recién ingresado y Kaprof, River se lanzó a por el triunfo. No quería los penaltis. Pero estos debieron llegar, aunque no solo y a favor del Sevilla. Fue una jugada aislada a falta de 20 minutos en la que Aspas acabó derribado dentro del área y el árbitro paraguayo interpretó que el contacto lo buscó más el delantero gallego que el defensa. La repetición demuestra que es penalti o, al menos, así lo parece.
Del gol sevillista se pasó en tres minutos a casi otro de Rodrigo Mora. El balón, tras un caracoleo por el borde del área, acabó el palo de la meta de Barbosa. Era el principio de la ofensiva total local. River se fue con todo y tras merodear por el área sin descanso, aprovechó, a falta de siete minutos para el final, un error de Navarro para matar el partido. Kaprof le ganó la espalda al lateral catalán y, después de que el balón le superara por arriba al defensa, sacó un taconazo que dejó helado a Barbosa. Y, con él, al sevillismo.
De ahí al final no hubo nada. Ni siquiera juego. River tuvo el balón y el Sevilla, impotente, sólo podía intentar quitárselo. Esta vez, las contras no funcionaron y el trofeo se quedó en Buenos Aires.
DC | ED