Kate del Castillo palpita, empalidece, suda y siente las sienes estallar. Primero es al recibir un mensaje de los abogados de El Chapo, luego por el proyecto de rodar una película juntos, finalmente por cruzar la mirada, su mirada, con el mayor narcotraficante del mundo.
“Miniinfarto, me quiero morir”. El relato de la actriz mexicana Kate del Castillo, publicado este domingo en la revista Proceso, sobre su relación y encuentro con el líder del cártel de Sinaloa es un viaje en rosa profundo. Una almibarada sucesión de recuerdos, sensaciones y efusiones líricas que obvian, al igual que hizo su camarada de periplo Sean Penn, el lado oscuro de la bestia. Los asesinatos en masa, la tortura de policías y sicarios, la aberración criminal en el que se hundió Ciudad Juárez y gran parte de México por la codicia de Joaquín Guzmán Loera.
“Mi intención fue siempre hacer una película. Nunca he recibido dinero del señor Guzmán ni para la realización del proyecto, ni para la empresa tequilera Honor del Castillo. Es por esto que mi declaración se realizará cuando mis defensores determinen que existen garantías legales para ir a rendirla a México”, escribe.
Enrocada en estos argumentos, Del Castillo hilvana su historia secreta. Un relato que arranca, con un toque irremediablemente kitch, en 2012 tras un lánguido crucero familiar que sumió a La Reina del Sur en profundas reflexiones: “¿Qué puedo hacer para ayudar? ¿Dónde hemos fallado como mexicanos? Lo más fácil es echar la culpa a los gobernantes, pero el cambio también empieza por uno mismo”. Fruto de estos pensamientos, lanzó una serie de tuits que se resumieron para la posteridad en estas frases: “Señor Chapo, ¿no estaría padre que empezara a traficar con el bien? Anímese Don, sería usted el héroe de héroes, trafiquemos con amor, usted sabe cómo”.
El mensaje desató una oleada de críticas. Su tono condescendiente, incluso servil ante el criminal, fue considerado una traición en un país inmerso en la vorágine de la lucha contra el narco. Pero la actriz, como recalca en su texto, se mantuvo firme: “¿Por qué disculparme? ¿Qué pasa con la libertad de expresión? Sería autocensurarme. Algo me decía que me tenía que mantener fuerte y leal a mi pensar”.
Estómago en un puño. Garganta seca. Incredulidad, éxtasis y luego una aceptación absoluta. El trato quedó cerrado en el reservado del restaurante de Toluca. Y ni siquiera la fuga de El Chapo, en julio de 2015, lo tumbaría. La huida, que Kate recibió como una “invasión de electricidad en las manos y los pies”, no hizo mella en los deseos de El Chapo. “El señor quería que yo siguiera adelante con el proyecto”, cuenta la actriz.
Dicho y hecho. Del Castillo contactó con Sean Penn –“un filántropo, un activista, un ser humano de mirada limpia y transparente”, en palabras de ella–, añadió dos productores de su confianza y cerró con los abogados del prófugo un encuentro en la clandestinidad. Todo recaía sobre ella. “Tenía en mis hombros un peso gigante. Estaríamos visitando al prófugo número uno, gracias a la confianza que depositó en mí. ¡¡¡Qué presión tan cabrona!!!”.
Para el encuentro en el corazón de la Sierra Madre, La Reina del Sur se llevó un kit con una de sus películas (La misma luna), otra de Sean Penn (21 gramos), tequila, un libro de ella (Tuya) y otro de poemas de Jaime Sabines. Luego vino el viaje, ya relatado por Penn, y la anhelada reunión. “Cuando finalmente le vi el rostro no lo podía creer, en verdad era él. Ya era de noche. De ahí en adelante no pude quitar mi mirada del hombre que se había escapado por segunda vez de un penal de máxima seguridad”.
DC|El País