En una y en otra comisión parlamentaria, por Luis Barragán (@LuisBarraganJ)

Principiando la actual legislatura, la Comisión Permanente de Cultura de la Asamblea Nacional recibió y procesó, por razones muy obvias, la interesada denuncia de una diputada regional del oficialismo que intentó responsabilizar a Henrique Capriles de las modificaciones sufridas por un inmueble histórico de la gobernación mirandina, muy luego de recibido el impacto de un artefacto explosivo.  De una presunta remodelación, más no restauración,  la ordenación de los hechos aconsejaba citar a cualesquiera funcionarios públicos relacionados e, incluyendo al gobernador Capriles, nos pareció rigurosamente lógico hacerlo con su predecesor, Diosdado Cabello, en cuyo período ocurrió la explosión.

Por supuesto, la bancada oficialista clamó a los cielos, pretendiendo una aberración de nuestra solicitud gracias a la condición parlamentaria de Cabello. Sin embargo, aprobado en la Comisión y después levantada la sanción en la siguiente sesión, olvidaba que tratamos de una invitación para aclarar las cosas, ni siquiera una interpelación, e ignoraba que, en el viejo Congreso, aún en el ejercicio de la senaduría o diputación, el parlamentario debía acatar la citación de una comisión distinta a la de su adscripción, tal como – en efecto – ocurrió en décadas pasadas.

Esta nota contrastante entre Congreso de la República y Asamblea Nacional o, mejor, entre las comisiones de trabajo de una y otra, podemos ejemplificarla con un par de notas adicionales, pues, por una parte,  hoy resulta inverosímil, atrevido y subversivo que sea citado e interpelado el más modesto funcionario público, libremente interrogado por propios y extraños. Jamás se daría un caso como el de la Dra. Gladys de Lusinchi, a quien – conculcados sus derechos – acudió a la Comisión de Medios del Congreso y, muy a pesar de las diligencias, trabas u obstáculos interpuestos por el otrora partido de gobierno, ofreció un completo testimonio que afectaba a su presidencial marido, en la segunda mitad de los ochenta del XX.

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Por lo demás, reivindicada la autonomía de las comisiones permanentes de décadas atrás, actuantes las minorías parlamentarias por ínfimas que fuesen, una sola sesión de ellas ilustraba la sobriedad, el respeto, la consideración, la solemnidad, la indispensable formalidad de sus actos.  Comenzando por el atuendo de los parlamentarios, el riguroso respeto al debate y a la decisión reglamentados, la debida programación y evaluación de los trabajos, y el propio diseño de los espacios que presidía únicamente Bolívar y otros símbolos patrios.

Huelga comentar las dramáticas diferencias con el presente, pues, transcurridos tres años como diputado adscrito a la Comisión de Cultura, con breve pasantía por la de Política Exterior (un poco más formal) y la Administración y Servicios, transferido involuntariamente, las conocemos muy bien por lo que respecta al fondo y la forma. Antes impensable que las dependencias legislativas exhibieran una fotografía del Presidente de la República, como impuso Chávez Frías con la suya al principiar el siglo XXI y lo continua Maduro Moros, por lo demás, arriesgando su diputado que no reclame tamaña distinción.

DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ

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