La ley de la motivación nos muestra las razones equivocadas que nos impiden fijar límites saludables en nuestras relaciones interpersonales.
Una persona que aprende en sus primeros años de vida que, si no hace lo que su madre exige (lo bueno y lo malo) ella no la amará, aprende a dar a otros de mala gana, no motivada por amor, sino por temor a quedarse sin amor, por temor al abandono o a la soledad.
Hay otras personas que crecieron temiendo la ira de los demás. Siendo niños sus padres les gritaron mucho, y aprendieron a temer los enfrentamientos airados. De adultos, con heridas y límites débiles, llenos de temor dicen sí a todo, por temor a que otros se enojen con él. Cuando se trata de hacer lo correcto, no temas que otros se disgusten contigo o te retiren sus elogios; Jesús dice: ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! Dense cuenta que sus antepasados trataron así a los falsos profetas. (1) Si todo el mundo aplaude lo que haces, quizás no te encuentras en el camino correcto.
Otra motivación errada es la culpa. Muchas personas han recibido bienes con mensajes de culpa. Por ejemplo, sus padres les han dicho: Nunca tuve lo que tú tienes. Deberías darte con una piedra en los dientes por todo lo que disfrutas. Así las cosas, se sienten obligados a retribuir todo lo que han recibido. Entregan todo lo bueno de sí, pero porque sienten culpa
La aprobación es otra restricción para la fijación de límites sanos. Muchos se sienten niños que todavía necesitan la aprobación de sus padres. Cuando cualquiera les pide algo, necesitan dárselo para que este padre simbólico quede “bien contento”.
Piensa en esto
En tu relación con Dios has sido llamado a ser libre. La libertad produce gratitud y un corazón dispuesto para amar a los demás; sin lugar a dudas es más dichoso dar que recibir. Pero si dar no te produce alegría, examina la ley de la motivación que dice: primero, libertad; segundo, servicio. Sirve, no por temor, ni culpa, ni aprobación, sirve con libertad y por amor.
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Lucas 6:26 (NVI)
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