Quizá por la noticia inevitable de sus fugas o ciertas simpatías en casa por el movimiento insurreccional, nos familiarizamos con su nombre desde la edad escolar. Ya en la secundaria, aprendiendo a ahorrar para adquirir textos distintos a los obligatorios o a los que no llegaban a las bibliotecas públicas, intentamos comprender “Proceso a la izquierda” y al vehemente orador que – ciertamente – disfrutábamos desde el palco del hemiciclo legislativo, al iniciarse nuestra militancia socialcristiana que no le negaba el aplauso, por discreto que fuese.
Acreedor del Premio Ortega y Gasset, no pudo recibirlo por la prohibición de salida del país y la presentación semanal a un tribunal penal ordinario que pesan sobre él como una condena definitivamente firme. Está pendiente la limitación de expresarse por cualesquiera vías, medida perfectamente imaginable dado el variado repertorio represivo en boga.
Partera de la historia, proliferan las ironías que asedian a un régimen que se dice el exacto heredero de aquellos que profesaron el marxismo en décadas pasadas: una de ellas, el consabido coraje físico e intelectual de quien empuñó ciertamente las armas, obró eficazmente en el medio político y le dio densidad a la tinta, frente a los que imploran por una permanencia en el poder que literalmente los resguarde, con oraciones de pólvora y la baratura de sus consignas. O, la otra, disintiendo creadoramente de los que, incluso, evadieron el intenso debate que también auspició, juran que nunca hubo una derrota política y militar de la subversión, optando por un largo e interesado ínterin histórico que dice relevarlos de toda responsabilidad.
Asegura que esta es una democracia, acosada, pero democracia al fin y al cabo. Disentimos al respecto, lo cual no significa descalificarlo o demeritarlo frente a los paradójicos triunfos electorales de un gobierno extraordinariamente ventajista, algo más que sospechoso de todas las trampas que no tienen precedentes en nuestro historial.
Coincidimos y también discrepamos del combativo periodista por todos estos años, desconfiados del exagerado optimismo que ahora lo factura, pues, esta izquierda borbónica – como la ha llamado – tiene por única escuela la de la supervivencia en el poder a cualquier precio y por vocación el revanchismo enfermizo. Por encima de cualquier diferencia circunstancial, aventajado por la inexistencia de un vínculo personal, vaya nuestro reconocimiento a Teodoro, referente de las luchas de los días que cursan (y de los que vendrán).
Pro-sovietismo a destiempo
Por cierto, recientemente hubo un debate en la Asamblea Nacional a propósito del 70 aniversario del triunfo soviético en la II Guerra Mundial: reivindicándolo, ha vuelto Stalin y, lo peor, la URSS jamás implosionó, teñido el oficialismo de un anacronismo ya patológico que asombra y preocupa al tensar la cuerda entre la maldad banal y la maldad radical. Al día siguiente, un parlamentario originalmente adscrito al MAS, en un encuentro informal e inesperado, discrepó de nuestra intervención en la sesión plenaria, cuyo derecho reconocemos, aunque no quisimos polemizar en torno a la supuesta descortesía para con el embajador ruso, presente en la cámara, ni los aportes de uno de los fundadores de un partido – el naranja – que sentó importantes precedentes en una materia que creíamos cosa juzgada en Venezuela.
Curioso pro-sovietismo a destiempo, el del régimen venezolano, urgido de símbolos que digan soportarlo. Curiosa operación propagandística del Vladímir Putin, quien echa mano del pasado y, aunque no le pertenezca, dice ayudarlo en esa suerte de milenarismo ruso.
DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ