El 2 de agosto de 2012 la Policía Nacional abordó en el aeropuerto de Gran Canaria un lujoso jet privado Bombardier cargado con 47 sacos que sumaban 1.588 kilos de cocaína, una de las mayores incautaciones de droga en España. El piloto, el copiloto y la azafata fueron detenidos y pasaron dos meses en prisión, hasta que se aclaró que no solo eran inocentes, sino que habían sido obligados a punta de pistola por militares venezolanos a llevar la carga. La DEA, la agencia antidroga estadounidense, sospecha que detrás de esa operación de narcotráfico estaba el cártel de los Soles, como desveló ABC.
ABC ha accedido al pormenorizado testimonio del piloto, un alemán de 43 años que relató en la cárcel la trágica odisea de la tripulación en treinta páginas. «O despegábamos con la carga o nos mataban a nosotros y a nuestras familias», escribió Kai O., que sigue volando por el mundo, pero con otra identidad. Su compañía, Hyperion Aviation, había sido contratada por una adinerada libanesa, Ryma Taouk (de nacionalidad también australiana), para un viaje de placer con origen en Casablanca y final en Benín, pasando antes por Trinidad y Tobago y Venezuela.
A las 00.00 horas del 12 de agosto de 2012, poco después de aterrizar en el aeropuerto de Valencia, la tercera ciudad más importante de Venezuela, «vino un hombre hacia el avión, me dio un teléfono móvil a través del que me dijeron que dejara abierta la puerta y nos fuéramos al hotel», escribe el piloto. Kai se negó por dos motivos: nunca se debe dejar abierta la aeronave y preferían dormir en el avión, ya que tenían que estar de nuevo en el aeropuerto sólo cuatro horas después.
Algo le olió a mal a Kai: «Llamé a mi jefe y le dije que se nos había pedido abandonar el avión abierto». El sobresalto llegó poco después: «Aparecieron dos SUV (pequeños todoterreno) por la parte trasera del avión y empezaron a meter sacos blancos con el anagrama de la Cruz Roja. Grité stop, pero me ignoraron. Un hombre musculoso, de 1,85 y con una pistola en el muslo, saltó dentro de la bodega. Había entre ocho y diez personas, varias con indumentaria militar, que no dejaban de meter sacos en el avión. Cuando terminaron, el del teléfono móvil se acercó a la parte delantera y me dijo que despegara. Contesté que no, que el aeropuerto estaba cerrado», relata Kai. «El copiloto y yo pensamos en llamar a la Policía local mientras aporreaban la puerta, pero nos dio la sensación de que no sobreviviríamos si nos detenían».
Finalmente, Tom, el copiloto, también alemán, abrió la puerta. «Poco después volvió a la cabina completamente pálido y dijo que querían matarnos a nosotros y a nuestras familias si no salíamos inmediatamente. Estaban armados a la altura del ala. El hombre que le dio el teléfono a Tom para recibir instrucciones le hizo un gesto de cortarnos el cuello». En esa situación de pánico, «temíamos por nuestras vidas y decidí seguir las órdenes de los criminales», relata el piloto. «El avión estaba cargado con 22.500 litros de queroseno», por lo que Kai no quería saber nada de disparos.
Despegaron y, una vez en el aire, los narcos les iban dando instrucciones sobre la ruta. Tenía que llevar el avión a Benín y descargar. Entretanto, Kai decidió introducirse en el océano Atlántico, lejos de los radares, y llamar a su jefe, a sus familias y a la Interpol. Inmediatamente se puso en marcha un operativo de seguridad. La Policía alemana localizó a los familiares de la tripulación (la tercera, la azafata, es austriaca) y los protegió. En cuanto al avión, les dieron orden de aterrizar en el aeropuerto de Gran Canaria, el primero europeo en la ruta que llevaban.
Un operativo espectacular de la Policía española abordó la aeronave y detuvo a la tripulación. No se creían que unos narcos los mandaran volar solos con la droga. Pasaron dos meses en la cárcel y, tras un largo proceso judicial en Canarias, fueron exonerados de toda culpa.
Para colocar la mercancía en el avión, un colombiano de nombre Jan Bilbao invirtió en sobornos más de tres millones de bolívares, unos 450.000 euros al cambio actual. Leonardo José Cabaña, gerente de una empresa aeronáutica, confesó a la Policía venezolana que el colombiano le encargó tramitar «el ingreso de la aeronave» y «contactar» con el personal del aeropuerto, incluidos policías y militares.
Según el atestado policial, al que ha tenido acceso ABC, Cabaña reconoció haber entregado un soborno de 190.000 bolívares (unos 27.000 euros al cambio actual) al «comisario del Sebin ( Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional) José Isaías García para que obviara las medidas de seguridad del aeropuerto».
El encargado de la torre de control se llevó otros 200.000 bolívares; un sargento de la Guardia Nacional cobró 1.000.000 de bolívares (144.000 euros) por encargarse de la seguridad del embarque, «especialmente los militares del Destacamento 24 de la Guardia Nacional Bolivariana, que es por donde iban a ingresar las sustancias ilícitas»; otro militar recibió 600.000 bolívares; un compañero suyo que estaba de guardia en la garita, 150.000 para que dejara pasar los dos Toyota que llevaban la droga; medio millón de bolívares más fueron para otro sargento que tenía que «obviar las medidas de seguridad del Aeroclub» para el embarque de la cocaína. Leonardo José Cabaña reconoció haber cobrado otro millón de bolívares por tramitar todos los sobornos.
Una veintena de implicados fueron detenidos en Venezuela, entre ellos nueve miembros de la Guardia Nacional Bolivariana. El ministro del Interior venezolano, Tareck El Aissami, sacó pecho por la operación y dijo que gracias a las gestiones de las autoridades venezolanas el avión pudo ser interceptado en Canarias. Obvió que fue la tripulación la que entregó la aeronave. En España también se vendió como un éxito policial. En ese momento nadie creía a los tripulantes, pese a que fueron ellos quienes entregaron el avión cargado de cocaína.