Casos como los de las barriadas populares ubicadas en San Vicente de Maracay o la Cota 905 de Caracas, ejemplifican muy bien el estadio superior que ha alcanzado el hampa en Venezuela. No se trata de los viejos ladrones que, en nombre de su propia desesperación existencial y familiar, probaban medios alternos de supervivencia, concebidos y reconocidos en el vicio, sino de toda una empresa que profesionaliza hasta orgullosamente la violencia y el delito, partiendo de los sectores marginales que no tardará en irradiarse como suerte de Ciudad-Estado en las urbanizaciones.
La autoridad pública ha sido repelida por lo que parece una magnífica alianza del malandraje clásico con los pranes de más reciente factura, dotada de armas y artefactos catalogados como de guerra. Expresión que busca sintetizar el drama, San Vicente de la 905 constituye el mejor emblema de un Estado lesionado paradójicamente por su gigantismo, incapaz de salvaguardar la paz y la tranquilidad pública, como la seguridad personal de la ciudadanía, excepto trate de la persecución y represión política.
Lo peor es que la situación aparentemente tiende a estabilizarse por la impotencia del Estado, reconocido el status quo de las mafias dominantes en los sectores que, además, soportan la amarga pobreza que ha profundizado el régimen, trastocándose poco a poco la material en moral y espiritual. Un distinto orden público priva en tales sectores, en los que no hay más constitución o ley que las dictadas por sus caprichosos gobernantes de facto que, a lo sumo, desde el hocico de sus pistolas, hacen algunas concesiones y dispensen algunos favores a la comunidad para que los proteja y escude.
Numerosas secuencias diarias reportan casos de extorsión, robos, lesiones y homicidios, sin precedentes en el país, originadas en los cuarteles bajo la irremediable protección y escudamiento de las víctimas que habitan sus alrededores. Hay situaciones de rehenes que ni siquiera llegan a los medios, dibujando subterráneamente una calamidad tristemente convertida en hábito, propiciando hasta otras normas o pautas de urbanidad.
Tejido urbano de las mafias que ruralizan la cotidianidad, no tienen más sustentabilidad que la prodigada por la ineptitud de un Estado que, inevitable, se convierte en cómplice por la senda que ha tomado. Por ello, la urgencia de cambiar de camino.
DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ