No porque tuviera ningún problema psicomotor o en sus cuerdas vocales, sino porque la superaba la enorme diferencia entre lo que ella quería decir y lo que entendía la gente.
«A mí me frustraba mucho el lenguaje. Me fastidiaba la distancia que había entre lo que yo quería hacer, transmitir, y que finalmente llegaba al otro”. La directora del colegio le dijo a su madre que si después del verano no volvía con un certificado de la psicoanalista de que Samanta era normal, no pasaba a la secundaria.
«Mi psicoterapeuta que es una genia total y a la que le voy a agradecer toda la vida, le mandó una carta que decía que yo era una persona muy normal, pero que tenía un completo desinterés por el mundo que me rodeaba».
Samanta y el lenguaje no eran amigos. Hasta que aprendió a dominarlo con una herramienta mágica: la literatura.
«La literatura me dio la oportunidad de poder manipular el lenguaje con una pinza casi científica, aunque tome días, meses, años para decir exactamente lo que quiero decir».
DC/BBC