Los McRefugiados viven en Hong Kong

En una calle principal en el barrio obrero de Sham Shui Po, un par de arcos de color amarillo brillante atraen a los visitantes a un restaurante McDonald’s abierto las 24 horas. Distribuido en dos plantas, el restaurante es espacioso para los estándares de Hong Kong.

Al caer la noche, se convierte en un albergue temporal, que atrae a decenas de las personas más pobres de la ciudad.

Aquí, es una vibrante comunidad de clientes habituales, muchos de ellos ancianos, cuyas sonrisas alegres enmascaran historias desesperadamente tristes de desgracia personal.

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Lugar familiar

El líder no oficial del grupo es Ah Chan, de 54 años, un elocuente exoficial de policía. Dice que alquila una habitación pequeña cerca, pero pasa la mayor parte de sus tardes en McDonald’s, donde se puede pasar horas cómodamente charlando con sus amigos.

«Este es un lugar familiar, con caras conocidas», me dice.

«Estas personas son todos vagabundos. Algunos vienen por corto tiempo, otros por mucho. La mayoría de ellos no tienen un hogar. No tienen dónde más ir».

Al igual que algunos otros aquí, Chan acude por la compañía y porque el restaurante es más agradable que su casa.

Hong Kong es uno de los lugares más desiguales del mundo en términos de distribución de la riqueza. Aproximadamente uno de cada cinco de los siete millones de habitantes del país viven en la pobreza, según cifras del gobierno.

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Acogida

Chan dice que rara vez ve a sus familiares: «No puedo enfrentarlos. Ellos confiaron en mí y yo los decepcioné. No puedo decir que no tuve algo de responsabilidad por lo que pasó».

Él hace trabajos ocasionales para tener dinero de bolsillo. También frecuenta los bancos de alimentos y usa ropa donada.

En medio de nuestra charla, bien pasada la medianoche, dos ancianos roncan ruidosamente en sus sillas cerca de nosotros.

Un miembro del personal de McDonald’s viene a explicar que alguien se ha encerrado a sí mismo en el cuarto de baño, pero por lo demás nos deja solos.

En una declaración posterior, McDonald’s dijo que «le ofrece la bienvenida a todo tipo de personas para que visiten sus restaurantes en cualquier momento».

La empresa expresó tristeza por la reciente muerte y dijo que buscaba equilibrar ser «más complaciente y atenta» con las personas que se alojan allí durante la noche, con garantizar una buena experiencia para todos sus clientes.

«Usted debe pensar que soy perezoso»

En un momento, todos los clientes que pagan ya se han ido. Sólo quedan los «McRefugiados».

Uno de ellos es David Ho, de 66 años, quien hasta el año pasado trabajó como guardia de seguridad con un salario mensual de US$1.300. Pero sufrió un derrame cerebral, lo que lo dejó sin poder trabajar.

Él sobrevive con un cóctel diario de medicamentos que recibe de un hospital público y un pago mensual de asistencia social del gobierno.

«Usted debe pensar que soy muy perezoso. Pero no lo soy. Quiero trabajar. Pero no puedo encontrar un trabajo a mi edad. Es por eso que estoy tomando dinero del gobierno», dice.

Incluso con la ayuda de seguridad social, Ho no puede permitirse el lujo de vivir en Hong Kong, una ciudad que tiene algunas de las propiedades más caras del mundo.

El gobierno proporciona vivienda pública, pero hay una escasez de unidades y la lista de espera para acceder a ellas es de varios años.

Por lo mismo, alquila una habitación al otro lado de la frontera, en Shenzhen, por US$1.222 al mes.

Ho echa de menos a Hong Kong, por lo que viaja en el tren al McDonald’s de Sham Shui Po al menos una vez a la semana, y se queda un par de días cada vez.

Hasta la madrugada

McDonald´s dice que le da la acogida a todo tipo de personas en sus restaurantes.

Mientras charlamos, un flujo constante de personas sigue llegando, hasta bien entrada la madrugada.

Un hombre de mediana edad entra y se sienta justo detrás de nosotros.

Él escucha atentamente y repite, como loro, todo lo que decimos.

En ese momento, las luces en el segundo piso, donde nos hemos estado reuniendo, se apagan.

Casi todo el mundo se ha ido a dormir.

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DC|BBC

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