Dos hermanos preadolescentes eran sumamente pícaros y sus padres se sentían impotentes ante esta situación, por lo que pidieron a su consejero espiritual que hablara con los muchachos. El orientador sentó primero al más joven. Quería que pensara en Dios, así que comenzó la conversación preguntando: ¿Dónde está Dios? El muchacho no respondió, por lo que el hombre, un poco impaciente, repitió la pregunta en un tono severo. Esta vez tampoco recibió respuesta. Frustrado, el ‘guía’ sacudió el dedo en la cara del muchacho y gritó: ¿Dónde está Dios? El chico salió disparado de la sala, corrió al cuarto y se escondió en el armario. Su hermano lo siguió y le preguntó: ¿Qué pasó? Y este le contestó: Ahora sí nos metimos en un lío bien grande. Dios no aparece y ¡creen que fuimos nosotros!
Estos hermanos se parecen un poco a Adán y Eva quienes, ciertamente responsables de sus actos, trataron de esconderse de Dios aferrándose enfermizamente a la culpa. Muchas personas también se agarran fuertemente, cual ferro o ancla aprisionadora, a la culpa, sentimiento que les mantiene presos y les impide alcanzar el potencial con el cual divinamente fueron equipados.
¿Cómo respondes tú frente a ella? ¿te paraliza? ¿te hace sentir minusválido o poca cosa? Debes saber que la culpa es un sentimiento real de aprensión y vergüenza inducido por Dios cuando se ha quebrantado Su ley y que puede conducir a un genuino cambio de mente respecto de un asunto espiritual o moral. En ese sentido, la culpa es un excelente detonante para lograr una reorientación de la vida, las relaciones y sobre todo de tu vínculo con Dios, porque es como un semáforo con la luz roja encendida señalando que te la comiste. En este punto, se encuentra en tus manos la decisión de corregir.
Es importante que distingas este concepto sano y útil, de la seudo-culpa, que proviene de un ambiente excesivamente censurador o del desconocimiento de la libertad que Jesucristo ofrece a quienes depositan su fe en Él. El doctor Pablo nos enseña: Dios nos ha aceptado porque confiamos en él. Esto lo hizo posible nuestro Señor Jesucristo. Por eso ahora vivimos en paz con Dios. (1)
No quedes atrapado por la culpa ficticia ni te des el lujo de evadir tu responsabilidad frente a la culpa real. No te escondas aferrándote a tu miedo. La decisión más sabia es salir del escondite, confesar tu yerro a la persona a quien le fallaste y sobre todo a Dios quien te perdonará, retirará de ti la culpa -porque Jesús la llevó por nosotros en la cruz dos mil años atrás-, y restaurará un invaluable sentido de paz y amistad con Él.
Si das este paso altamente transformador, tendrás la llave para salir de la cárcel de la culpa verdadera y de la falsa (como la que ilustra el muchacho quien, confundido, pensaba que era el autor de la desaparición de Dios). La carga por las culpas de errores no cometidos o de pecados que ya fueron perdonados será asunto del pasado.
El propósito de Dios no está amarrado a tu pasado. Quien convirtió a un asesino llamado Moisés en un gran líder, y a un cobarde llamado Gedeón en un héroe valiente, puede hacer cosas increíbles con lo que te queda de vida. Dios es experto en dar borrón y cuenta nueva, liberándote de la prisión de la culpa. ¡Qué felicidad la de aquéllos cuya culpa ha sido perdonada! ¡Qué gozo hay cuando los pecados son borrados! (2)
Romanos 5:1(TLA) ; Salmos 32:1 (LBD)
DC / Raúl Parra / rlpt10@yahoo.es / @RaulParraT