Desde hace siglos, mientras los turistas admiran las obras de los grandes maestros de la pintura expuestas en el museo del Ermitage de San Petersburgo, decenas de gatos corren por los sótanos para ahuyentar a los roedores.
«Nuestros gatos son tan conocidos como nuestra colección» explica Irina Popovets, responsable de la «unidad felina» del Ermitage, con 70 gatos a su cargo, en los sótanos del mayor museo ruso. Popovets, de 45 años, baja todos los días para alimentarlos. Una manada de gatos, de todos los pelajes y razas, ronronean y se enroscan entre sus piernas.
A veces hay que vacunarlos, curar a los enfermos. «La mayoría no están muy bien de salud», confiesa Popovets de vuelta en su despacho, cuyas paredes están cubiertas de retratos de gatos. Los sótanos del enorme museo de la antigua ciudad imperial rusa miden una veintena de kilómetros. «La gente nos trae muy a menudo, discretamente, a sus gatos», añade.
La historia de los felinos del Ermitage se inicia en 1745, cuando la emperatriz Isabel I, hija de Pedro el Grande, firma un ucase que ordena «hallar en Kazán a los mayores y mejores gatos, aptos para cazar ratones, para mandarlos a la corte de Su Majestad». Luego, en la época de Catalina II (1729-1796), varios felinos pasaron a ser conocidos como «los gatos del Palacio de Invierno» al residir oficialmente en ese lugar.
Sus descendientes desaparecieron durante el asedio de Leningrado por parte del ejército alemán entre 1941 y 1944, cuando la población desesperada se comió todos los animales domésticos de la ciudad. La leyenda asegura que la guardia felina del palacio fue reconstituida tras el fin de las hostilidades con un tren cargado de gatos recogidos en toda Rusia. En los años 1960, los «gatos del Ermitage» llegaron a ser tan numerosos que hubo que abandonarlos a su suerte.
Años más tarde, ante la proliferación de las ratas, los felinos tuvieron que volver a ser solicitados. Ya no tienen acceso a las 1.000 salas del museo, donde se exhiben más de 60.000 obras de arte. Pero su presencia en los sótanos basta para alejar a los roedores. Aunque invisibles, los «gatos del Ermitage» son conocidos por los tres millones de turistas que visitan el museo cada año. Son un símbolo y una publicidad viva, presente en forma de imanes, de cuadernos, de postales disponibles en todas las tiendas del museo.
«Ante la popularidad de los gatos del Ermitage, hemos empezado los procedimientos para registrar la marca», anunció a finales de septiembre el director del museo, Mijail Piotrovski. Los mininos tienen incluso derecho a una fiesta en su honor, una vez al año, y el museo ha creado un sitio web para que los sanpeterburgueses puedan adoptarlos. El teléfono de Irina suena: una voz masculina pregunta la modalidad de adopción de uno de los gatitos cuyo retrato cuelga en el sitio web. «Es una buena decisión, adoptar un gato del Ermitage es todo un honor», lo felicita Irina