Este día conmemoramos la fiesta más grande de nuestra Madre María, su “Fiesta Central”, la que encamina las demás fiestas dedicadas a María Santísima: “La Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María”. Este Dogma de Fe esencial de nuestra Iglesia, nos explica el modo de obrar de Dios en todos los tiempos, pues desde los comienzos, Dios no ha cesado de dar a conocer de varios modos y en tantos momentos la revelación de su amor, pues cuando Él envió a su Hijo nacido de Santa María la Virgen, inmaculada desde su concepción, nos muestra de manera definitiva su Amor Misericordioso.
Con la celebración de este Dogma Mariano, no sólo comprendemos la forma de actuar de Dios sobre María, sino que contemplamos el verdadero misterio de la Misericordia Divina, pues Dios, a través de su Misericordia, sale y viene a nuestro encuentro, pues la Misericordia de Dios habita en nuestros corazones y es el canal que nos une a Él, porque mantiene abierto nuestro ser a la esperanza de ser amados para siempre por Dios.
Esta advocación de la Inmaculada Concepción de María, también conocida en algunos lugares como la “Purísima Concepción de María”, expresa un Dogma de Fe, que sostiene que Nuestra Madre María, Madre de Jesús, a diferencia de todos nosotros, no fue alcanzada por el pecado original, sino que, desde el momento de su concepción, Ella ya había sido preservada y liberada de todo pecado:“Puritísima tendría que ser la Madre de Dios, pues en su seno llevaría al Salvador y Redentor del pecado”.
Sabemos que después del pecado de Adán y Eva, Dios no nos quiso dejar solos y menos en las manos del mal; por eso pensó y quiso a María Santa e Inmaculada, para que fuese la Madre del Redentor de todos nosotros: “Él nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuéramos su pueblo y nos mantuviéramos sin mancha en su Presencia” (Efesios 1,4). Así, la Misericordia de Dios es infinita, porque ante la gravedad de nuestros pecados, responde con la plenitud del Perdón, pues su Misericordia siempre será más grande que cualquier imperfección: “Allí donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia” (Romanos 5, 20)… Nadie, ni nada, puede ni podrá poner algún límite al Amor de Dios.
Al venerar la doctrina de la Inmaculada Concepción, contemplamos la posición especial de María por ser Madre de Cristo y en Ella, a nosotros se nos abre la Puerta de La Misericordia. Dios preserva libre de todo pecado y, aún más, libre de toda mancha o efecto del pecado original (pecado que ha de transmitirse a todos los hombres por ser descendientes de Adán y Eva), a María Santísima, esto es en atención a que iba a ser la madre de Jesús, que es también Dios mismo.
La expresión “Llena eres de gracia” (Gratia Plena), contenida en el saludo del Arcángel Gabriel (Lc. 1, 28), y recogida en la oración del Ave María, explícita uno de los aspectos que nos lleva a decir, sin lugar a dudas, que María ha de ser libre de pecado por la gracia de Dios; de igual manera nosotros, hijos de Dios, redimidos por méritos de Jesucristo, somos llamados al igual que María a entrar por la Puerta de la Misericordia Divina y experimentar el Amor del Padre que consuela, perdona y da esperanza.
“Al saludar a la misma Virgen Santísima «llena de gracia», o sea «kecharistomene» y «bendita entre todas las mujeres», con esas palabras, tal como la tradición católica siempre las ha entendido, se indica que «con este singular y solemne saludo, nunca jamás oído, se demuestra que la Virgen fue la sede de todas las gracias divinas, adornada con todos los dones del Espíritu Santo, y más aún, tesoro casi infinito y abismo inagotable de esos mismos dones, de tal modo que nunca ha sido sometida a la maldición»” (Papa Pio XII).