No fui rico. Nací hace 70 años en una familia muy humilde, de padres obreros, cuando las dos palancas de la movilidad social operaban: estudio y trabajo. En mi grupo familiar hicimos lo que nos correspondía. De mi parte, estudié y trabajé, ascendí con los míos, superamos dificultades y alcanzamos la holgura de una clase media que podía darse sus gustos básicos. Ahora, el régimen decadente, ineficiente y corrupto me lleva de nuevo a las penurias, el dinero no me alcanza y me angustia la inflación humillante; vuelvo a ser pobre. Es tiempo de frenar el retroceso y reencontrarnos en el camino del progreso y la prosperidad.
Yo subí de muy abajo, Dios me lo permitió y también el esfuerzo y voluntad de mi familia, le pusimos estudio, trabajo y constancia. Supe lo que era pasar hambre cuando mis padres quedaban desempleados; supe lo que es estudiar con libros viejos; supe lo que es vestir ropa usada por otros y no estrenar en diciembre, o lo que es ver juguetes en vidrieras de tiendas o en manos de otros niños, sin poder disfrutar de unos iguales.
Mi papá, Rafael, era chofer de camión y, Matilde, mi mamá, era obrera en el Congreso de la República, en ese Parlamento donde fui diputado durante 20 años. Si estudié en la UCV, fue porque cuando cayó la dictadura de Pérez Jiménez se hicieron anchas las puertas de las universidades, y con el sacrificio de mis padres y las privaciones de mis hermanos, yo pude mantenerme en sus aulas estudiando y trabajando, primero como secretario nocturno de la Facultad de Derecho -donde ganaba trescientos bolívares mensuales- luego como escribiente en un tribunal penal y, más tarde, como profesor de Moral y Cívica y de Geografía Universal en el Colegio Santa Rosa de Lima.
Si pude hacer luego mi postgrado en la Universidad de la Sorbona en Francia, fue porque la UCV me becó por merecimiento; Rafael y Matilde no podían hacerlo, por más que lo deseaban.
La inflación nos empobrece a todos, es el peor castigo para un pueblo y el impuesto más pernicioso para los ciudadanos. En 2014 la inflación estuvo cercana al 100 %, el pasado 2015 se ubicó en el 200 %, y los pronósticos son un 700 % para este año, de no haber un viraje en la conducción del país y de su economía . El año pasado el salario mínimo se incrementó en 97 %, cifra importante que queda pálidacuando en el mismo período la canasta alimentaria subió en 443,2 %. Subió para los más pobres, pero también para la clase media, para quienes ya tenemos dificultades de adquirir lo indispensable, no solo por el desabastecimiento sino por el precio.
Leí en reciente reportaje de prensa declaraciones de una humilde compatriota, Beatriz Rivas, de Filas de Mariches, en Petare: “Ser pobre es muy duro, son muchos los días que dormimos sin comer”, confiesa, “el dinero no me alcanza”. El día que la entrevistaron dijo, “hoy ni mi esposo, ni ninguno de mis hijos desayunó”, añadiendo que el día anterior “nos comimos la Harina Pan que nos quedaba, resolvimos con arepa”, pero, “cuando no hay nada, nos toca aguantar”. ¿Hasta cuándo aguantarán Beatriz y los suyos?, ¿hasta cuándo aguantaremos los míos y yo? Ya basta.
Nunca imaginé que a mi edad madura iba a llenarme de angustia y preocupaciones elementales de subsistencia, que ya podía suponer superadas. Me impactó saber ahora, a propósito del Día Mundial del Parkinson, que 30 mil compatriotas están censados con ese mal en el país, y que no consiguen las medicinas que le permitan sobrellevar esa enfermedad degenerativa, ya no las suministra el Seguro Social ni se consigue en farmacias; lo mismo ocurre con el cáncer y con tantas otras enfermedades que agobian a la población. No me la calo más. Ya el crecimiento no depende de mi estudio, trabajo o esfuerzo, la perversidad del régimen neutralizó las palancas del ascenso social. Estoy de frente contra el régimen que nos empobrece brutalmente. Tenemos derecho a vivir mejor. Vete Nicolás.
DC / Paciano Padrón / pacianopadron@gmail.com / @padronpaciano