Probablemente, luce muy temprano para intentar una obra integral sobre los aportes históricos de Rafael Caldera, cuyo año centenario mueve a la inevitable reflexión de quienes con él coincidieron o discreparon, elevando su importancia y significación. Al respecto, parece comprensiblemente cautelosa la academia que ha de ponderar la debida maceración de los hechos, ideas y circunstancias, alentando determinados enfoques que algún día puedan confluir en estudios más ambiciosos, excepto se trate de exponer las ya consabidas facetas de una trayectoria que amerita del instrumental metodológico y epistemológico capaz de dar con las novedades esperadas.
Sugerimos modestamente, por ejemplo, explorar esas otras facetas inadvertidamente relegadas por la apología reiterada de quienes, siendo un caso contrario al nuestro, tienen una devoción ilimitada por tan importante venezolano. Se trata de valorar justamente sus contribuciones en el todavía incómodo siglo XXI, en el que los elencos del poder y – varias veces – del contrapoder, por llamarlo de algún modo, están muy distantes del testimonio personal y político del que aún sienten como adversario y – también los hay – testador.
A modo de ilustración, está el repertorio – inédito para varias generaciones – de los Diarios de Debate del extinto Congreso de la República y, particularmente, las intervenciones iniciales del diputado Caldera, a quien – valga acotar – no le fue fácil investirse y desempeñar la representación parlamentaria por la clara defensa que hizo de sus posturas ideológicas, a la vez que ejercía la cátedra universitaria. La intensa discusión del Tratado de Límites con Colombia de 1941, ofrece una interesante oportunidad, aunque ello significa – más allá de glosar sus discursos – agotar las fuentes documentales, bibliográficas y hemerográficas de la época que es, en definitiva, con la que debemos entendernos para subrayar las inquietudes del novel dirigente político, en el caso que no se quiera profundizar aún más en materias como la del derecho del trabajo o la constitucional.
Otra posibilidad auspiciosa, prosiguiendo en el ámbito fronterizo, está en el excepcional y ya olvidado aumento del territorio nacional en más de cuatro mil kilómetros cuadrados, durante su primer gobierno, gracias a un acuerdo con Brasil, lo cual también comporta indagar en la propia documentación – pública y ya desclasificada – de Itamaraty y de la Casa Amarilla, agotando las perspectivas del nacionalismo, en uno u otro país. Hay otros aspectos de interés, como el que personalmente nos tienta sobre la posición adoptada ante la guerra civil española, la preocupación académica en aparente contradicción con las diarias vicisitudes políticas, los testimonios personales ajenos necesitados de calibrar, las orientaciones teológicas en el período (pre) conciliar, el esfuerzo de conservar un patrimonio documental susceptible de examinar en términos archivológicos, o – respecto a sus contradictores marxistas – ponderar reconocimientos como el de Steve Ellner, acreditado académico que versó sobre el carácter progresista del primer gobierno, susceptible de señalar el viraje experimentado en la política económica y social del segundo.
Sabio el tiempo, las personalidades históricas son tales en la medida que escapamos de las anécdotas, por gratas o ingratas que sean, centrándonos y quizá descubriendo vertientes insospechadas. Importa muchísimo, sobre todo dada la experiencia de las últimas décadas al padecer una dirección del Estado en manos de los que no tienen otra vocación, aptitud y hasta destino que la de aferrarse al poder, única circunstancia que lo explicará en el balance histórico.
DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ