Para suerte nuestra, nos tocó estudiar primaria elemental y superior en el Instituto Pestalozziano del maestro de maestros, el bachiller Hermágoras Chávez. Era un colegio semi-interno, si así se quería utilizar. El primer grado lo atendía su hermano Luis. Por cierto, Luis era minusválido pero su enseñanza era óptima. Nos situamos en este trabajo por el año de 1945; el colegio estaba situado en la calle Ciencias o “calle derecha” de Maracaibo.
El bachiller Elías Soto atendía el segundo grado y Scandela, el tercero. Los bachilleres Farías, para el cuarto grado, León en el quinto y el director Chávez era el maestro del sexto grado. En este colegio se estudiaba desde gramática, geometría y aritmética hasta raíz cuadrada, quebrados, mixtos y regla de compañía. Por otro lado, Moral y Cívica de J.A. Cova; La Urbanidad de Carreño y La Historia de Venezuela del Hermano Nectario María.
Las clases del maestro Chávez de geografía e historia universal eran un verdadero espectáculo. Periplos desde Egipto hasta Roma; del Mississippi en New Orleans al Danubio. De Bogotá a Buenos Aires y Caracas. Ríos ciudades eran localizados en los mapas de forma mágica pero, igual, hablaba del sitio de Troya o las Cruzadas que empezaron, entre ellas, con las de Ricardo Corazón de León.
Allí conocimos a los después profesionales Jesús Garrillo, Humberto Viera y los hermanos Emilio y Augusto Guerrero. El zuliano Viera se graduó de médico y se distinguió como forense en la capital de la republica.
Pestalozziano se instaló al lado del famoso colegio José Escolástico Andrade en la misma calle Ciencias. En efecto, lo dirigía el propio maestro Andrade, apodado “Cuarto de majarete” por su baja estatura. Mas su colegio fue de calidad. Así, continuando la calle Ciencias, operaba el Instituto San Luis del bachiller Acurero Aponte, de especial recuerdo por su organización.
Vale la pena narrar que, estando en Cumaná en la Administración del Estado, conocimos a un medico urólogo llamado Efraín Cequeda. Nos contaba Efraín que, estudiando en el Colegio Gonzaga de la Avenida Las Delicias, le tocó ser examinado en francés por el entonces Presbítero Mariano José Parra León con su ganada fama de severo y rígido. Eran los exámenes finales y Efraín tenía un promedio de notas de 18. El francés era la materia tranca para su carrera de medicina. En pleno examen, Efraín se acercó a Mariano y le confió su problema: “- Padre -le dijo- voy a estudiar medicina pero el francés ni lo entiendo, ni me gusta, ni lo necesito, pero el programa educativo me lo exige para poder graduarme y continuar mi carrera de médico”. Pues bien, Parra León, consciente e inteligente, se identificó con el problema de Cequeda y le aprobó el examen.
Veinte años después, estando Monseñor Parra León como Obispo de Cumaná, se enfermó de la próstata y Efraím, el urólogo del francés, le correspondió atenderlo, operarlo, curarlo y, encima de eso, no le cobró sus honorarios. Meses después y ya restablecido, el Obispo mandó a llamar al galeno para agradecer su generosidad y su conducta especial para con él. Ante la pregunta de Monseñor, el médico le recordó aquel difícil e importante pasaje de su vida que el cura Mariano le había ayudado a superar, recordando aquel dicho de que ¡Amor, con amor se paga!
Estas son anécdotas que se cruzaron en los mejores tiempos de un país hermoso y una formación humana con una escuela sentimental y de servicio que llegó a tocar lo más sublime y logró cosas muy elevadas. Por ejemplo, Juan, el cepillaero de los tres colegios, graduó a sus hijos mientras estos le ayudaron mezclando miel y sabores. Ojalá las nuevas generaciones obren de esta forma para conseguir un mejor país y mundo.
DC / Luis Acosta / Artículista