La función social de los colectivos maracuchos merece una dedicatoria especial. En efecto, no sabemos qué fuera de la industria, el comercio, los mercados populares, el empleo y los supermercados de Maracaibo sin la ayuda de estos incansables conductores. De verdad, si empezamos por hacer la medición de su salud, quizás caigamos en la cuenta de su valioso sacrificio y su inmenso valor agregado social, económico y humano en el crecimiento integral del Estado Zulia.
La inclemencia del sol; el saque y mete del clutch y frenos; la revisión diaria de los cauchos y la constante realimentación de agua a los radiadores y surtidores; revisión permanente del aceite de motores y cajas de velocidad; y el lavado frecuente a parachoques y carrocerías son algunas de las actividades y circunstancias de su diario devenir. Además, todo se incrementa en los tiempos de lluvia.
Sin dudas, es una tarea desigual e injusta la que tienen que ventilar los conductores para conseguir cobrar lo justo en la pelea por el aumento de los pasajes. Es desconsiderado el tener que aceptar el manejo de precio del puesto y las distancias de forma caprichosa, abusiva; además que, por temores de las autoridades, terminan cargando a estos colectivos los valores conflictivos. Al final, el más débil social, económico, físico y jurídico de la diatriba política, es decir, los prestadores del servicio, pagan por ello.
Cientos de viajes deben de manejar “para abajo y para arriba” para lograr acumular el ingreso que les cubra: la cuota del carro, el seguro -que no siempre logran-, el lavado y engrase, el reparar y mantener; y, finalmente, el constituir fondos para la sustitución del vehículo y los ingresos para pagar los alimentos y sostén general de la familia -regularmente numerosa y llena de vicisitudes-.
Nunca gobierno alguno se ha preocupado con vehemencia por la vida económica y social de estos trabajadores que dan servicio duro y barato al 75% de la población que no tiene vehículo pero sí, necesidades de traslado para toda ocasión. Un seguro a todo riesgo de orden colectivo, pagado diaria o semanalmente, sería un gran aporte social.
Por otra parte, ver a los choferes con el brazo afuera de su puerta a pleno sol y, cuanto más, cubierto por una frazada mojada o seca encima de su brazo, conmueve y da dolor. Los problemas de sus viejos y ruinosos vehículos, invitan a hacer algo por ellos de forma vigorosa. Tanto más, cuando todos sabemos que al recibir la ayuda oficial, o de terceros, han tenido que vender su vida y su voluntad al oficiante de turno por lo que nunca terminan de superar la curva de sus necesidades mínimas.
Luego, ya es hora de poner a trabajar y estudiar a los actuariales de la materia para crear un seguro de vida y vejez de forma especial para los prestadores de este servicio colectivo. Sin éllos, el estado se paralizaría y, sucede y se ve, que cuando, por alguna presión pública, se obligan a ir a una huelga, a todas luces ellos pierden por cuanto “si no trabajan, no comen”.
Los carros y choferes “de a medio” en exclusividad, deberían ser reconocidos como patrimonio gremial del Zulia y como reservas humanas del estado; y a todos aquellos que hayan cumplido 50 años en estos servicios y/o 65 años de edad, jubilarlos de por vida, así para ello, el Estado Nacional tenga que vender unos barrotes de oro de las reservas del Banco Central de Venezuela. ¡Que así sea!
DC / Luis Acosta / Artículista