La palabra siesta viene del latín sixta, la hora sexta del día, el mediodía de los romanos. Es un reposo, que la mayoría de las personas necesitan y algunas lo realizan, después del almuerzo.
Además de los ritmos diarios de sueño cada 24 horas, relacionados con la luz solar, existe también un ritmo diario: cada 90 minutos, el cuerpo segrega más hormonas y neurotransmisores que inducen al sueño. Por eso, la necesidad de hacer la siesta se presenta como parte de un ritmo biológico, muchas veces independiente de la comida, en la que aumenta la secreción de neurotransmisores que promueven el sueño. En virtud de ello, se han llevado a cabo numerosos estudios que han descubierto distintos beneficios de esta práctica.
Desmerecida mala fama
En la vida cotidiana citadina, la siesta es un tabú; y casi siempre está mal vista o se considera propia de personas perezosas. Sin embargo, cada vez más, las investigaciones comprueban que dormir un rato durante la tarde es una costumbre sana y natural, que debería respetarse, siempre y cuando se tomen en cuenta determinados aspectos.
Es importante saber que durante este reposo, los tejidos y órganos del cuerpo tienen la oportunidad de relajarse y recuperarse: el pulso y la actividad glandular son muy bajos y disminuyen considerablemente los procesos digestivos. Los músculos se aflojan y no existe ninguna impresión consciente del ambiente. Por todo esto, una buena siesta es tan importante como una adecuada alimentación.
Etapas del sueño
Para comprender la importancia y el tiempo que requieren las personas para realizar una siesta, es necesario saber qué pasa en el cerebro cuando el individuo duerme: los expertos dividen el sueño en varias etapas, en ciclos de entre 90 y 120 minutos.
Tales períodos se caracterizan, en términos generales, como sueño de movimientos oculares no rápidos (NREM, por sus siglas en inglés) y de movimientos oculares rápidos (REM).
El NREM, a su vez, se divide en las etapas uno y dos, que se consideran sueño liviano e intermedio, seguidas del sueño de onda lenta. Despertarse durante esta última fase, la más profunda, produce la llamada inercia o borrachera del sueño: esa sensación de pesadez que puede tardar un rato en desaparecer. Finalmente, el REM se suele asociar con el acto de soñar.
Tiempo óptimo
Dentro de ese marco, un equipo de investigadores de la Universidad de California, Estados Unidos, dirigido por la profesora de psicología Sara C. Mednick, realizó un estudio para determinar cuál era el tiempo ideal de las siestas. Los resultados de la misma señalan que el período de este sueño diurno está en directa relación con lo que cada persona necesita. De esta manera distinguen tres categorías:
– Para un golpe rápido de energía: de 10 a 20 minutos.
– Para mejorar la memoria cognitiva (recordar datos, lugares, rostros, etcétera): 60 minutos.
– Para la creatividad y la memoria emocional: 90 minutos, los que equivalen a un ciclo completo de sueño (universityofcalifornia.edu).
En cuanto a la hora ideal para tomar dicha siesta, los estudiosos sostienen que suele ser entre la una y las cuatro de la tarde. Si se supera este período, podría ser perjudicial, porque interfiere con el sueño durante la noche.
Elija la que más le conviene
– Ciclo completo: Acostado en una cama, hamaca o, incluso, en el suelo sobre la hierba, con los ojos cerrados, relajar todos los músculos, respirar lento y profundamente. Poco a poco, una sensación de calma y bienestar te llevará hasta el sueño profundo. Reposar de esta forma de 70 a 80 minutos. Al despertar estarás listo para rendir un examen importante o cualquier prueba.
– Relax: Colocarse tan cómodamente como sea posible sobre un sillón, una cama, un banco, etcétera. Proceder como si se tratara de la siesta real, pero no reposar más de 10 a 20 minutos (es la más practicada por los trabajadores japoneses).
– Pausa flash: Sentarse lo más confortable que pueda, cerrar los ojos y respirar profundamente, con la intención de relajarse intensamente, para buscar el vacío mental durante algunos minutos. Se puede practicar en la oficina, en un avión, en un taxi, etcétera.
Saber activarse
Hay que despertarse de la siesta de forma natural, preferiblemente sin despertadores, respirar profundamente, estirarse, desperezarse, bostezar y, luego, ponerse de pie, de manera que el sistema nervioso no reciba un impacto por el cambio brusco de estado de conciencia.
El sueño nocturno, ¡vital!
Una cabeceada que le sustraiga de las actividades diurnas puede aportar muchos beneficios a la salud, pero los especialistas aclaran que las ventajas de tomar una siesta está condicionada a un buen dormir durante las horas de la noche: el sueño profundo nocturno es esencial para el perfecto funcionamiento del cuerpo, incluso, cuando un sueño rápido durante el día pueda potenciar la memoria y el aprendizaje.
Conociendo la importancia de las ocho horas nocturnas, la siesta no debe dejarse de lado. Tanto en niños, adolescentes, adultos o personas mayores, hombres o mujeres, esta práctica permite recuperar energía, dinamismo, alegría de vivir y, sobre todo, buen humor.
DC|Estampas