Encapuchados con sus brillosas y coloridas máscaras, dos estrellas de la lucha libre mexicana revelan los secretos detrás de sus famosas maniobras de sometimiento -llaves, palancas y candados- a un grupo de fervientes aprendices: policías de uno de los barrios más inseguros de Ciudad de México.
«¡Ya llegó Dragón Rojo Jr! ¿Cómo estamos?», grita este campeón mundial de peso medio al irrumpir, enérgico, en el patio del primer destacamento de la Policía Auxiliar de Iztapalapa, donde 190 uniformados en hileras perfectas le replican al unísono con un «¡bien!».
Con «¡mucha fibra!», este gladiador ejecuta las flexiones, sentadillas, saltos y abdominales que los policías repiten al ritmo de sus silbatazos.
Los agentes, hombres y mujeres, tratan de seguir el paso de este enmascarado, pero algunos -sofocados y sudorosos- hacen pausas para tomar un respiro.
«Va uno arriba de la patrulla y la mera verdad se enmohece uno. Y ya con esto se activa uno, empieza a correr, a sentirse mejor, más ligero y con más salud», dice a la AFP el policía Joel García, al reconocer que antes de este entrenamiento intentó someter a un sospechoso que se fugó corriendo.
Este agente, que entrena después de haber trabajado 24 horas consecutivas y que desde niño idolatra a grandes luchadores como El Santo, Blue Demon o El Matemático, estima que las acrobacias de los guerreros enmascarados «van de la mano» con su trabajo.
Pólvora, otro luchador que frecuentemente pelea en la mítica Arena México, se congratula por entrenar dos veces por semana a policías de su natal Iztapalapa.
«Es un orgullo cambiar la imagen del policía mexicano, que no es muy buena: gordito, chaparrito, sin condición. Vamos a tratar de poner nuestro granito de arena para cambiar esa perspectiva», dice este héroe anónimo, cuyos ojos castaño claro se asoman, centelleantes, bajo los orificios de su máscara de flamas doradas y rojas.
La idea de maridar la lucha libre con el uniforme policial vino de un exmarino, el capitán Alfredo Álvarez, quien al asumir hace tres meses su puesto de coordinador de esta base policial encontró a sus tropas «algo sedentarias» y el comandante de la corporación, Israel Rodríguez, le comentó que conocía a Dragón Rojo Jr. y Pólvora, ambos oriundos de Iztapalapa.
«Todas las policías especializadas del mundo tienen alguna disciplina: Rusia el sambo, Brasil el capoeira, China el kung-fu, Japón el karate. En México, nuestro arte marcial es la lucha», argumenta el capitán.
Más técnica y menos fuerza
La corporación no podría costear clases de luchadores profesionales, así que «de vocación, por amistad y compromiso con su delegación», Dragón Rojo y Pólvora entrenan gratuitamente desde hace un mes a 380 policías de Iztapalapa para que puedan neutralizar a posibles delincuentes sin usar macanas, gases pimienta, ni inmovilizadores eléctricos, dice Álvarez.
Dragón Rojo -de cuya máscara sale una cresta roja y cuernos amarillos- sorprende a sus aprendices al someter de un zarpazo a su colega Pólvora, cuando éste simula atacarle con un objeto punzo-cortante en la cabeza.
Esta lección de la «llave 4», una técnica para bloquear y derribar a un atacante, fue replicada hasta el cansancio durante el entrenamiento por los policías y sus parejas.
Con movimientos tímidos por la falta de práctica, el policía García cruza y eleva los brazos para bloquear el falso ataque de su sonriente compañero Ramón Orlando.
«Ya hacía falta que nos dieran ese tipo de entrenamientos, porque siempre nos dan prácticas de orden cerrado, militarizado, o sea marchar. Y no funciona», opina la agente Alejandra Álvarez, de 27 años, quien ha intervenido en casos de violencia intrafamiliar y drogadicción.
Iztapalapa, de casi dos millones de habitantes, está minada de asentamientos irregulares y es epicentro de asaltos a transeúntes y robos de vehículos (1.811 y 1.564 respectivamente en 2015), mientras que los homicidios van en aumento, con 150 casos en los primeros nueve meses de este año, según cifras oficiales.
Para Dragón Rojo, quien se define como un «rudo arriba del cuadrilátero», los agentes «están motivados porque ven al luchador como un superhéroe, sacan al niño que llevan dentro», y porque las técnicas de lucha libre son «100% aplicables» a la tarea policial.
«No son llaves hurracarranas las que enseñamos, no son quebradoras, no son patadas voladoras. Estamos enseñando técnicas para controlar y someter físicamente, cuidando la integridad física» del uniformado y del sospechoso, argumenta.
«Ser rudo no necesariamente significa ser malo, es simplemente tener un temperamento diferente (…). Una actitud firme de que la sociedad cambie la opinión que tiene» de los agentes, dice, antes de corregir la postura de uno de sus alumnos.
LPL