Vocación de poder, por Luis Barragán (@LuisBarraganJ) 

La vocación de poder es esencial al desempeño político democrático,  aunque no entendamos que se le haya satanizado en años anteriores.  Por cierto, satanización oportuna y conveniente para aquellos que, además de tenerla, la ejercen con una clara, aplicada y probada convicción autoritaria.

La vocación de poder debe estar inspirada por los mejores ideales y legitimada por un aún mejor testimonio de quienes tiene la fortuna alcanzarlo, a sabiendas que ha de compartirlo y abandonarlo. No se comprende el poder ilimitado, eternizándose enfermizamente: por ello, la correcta distribución de ámbitos y competencias, con lapsos muy precisos de desempeño.

La vocación de poder, por consiguiente, tiene sus variaciones dramáticas de apuntar  a los actuales ocupantes del poder. Por cierto, procuran no dejar rastro alguno de sus felonías como una actividad secundaria y hasta recreativa, pues, suele ocurrir, la historia tarda en recoger y sistematizar todas las evidencias: estarán muertos en veinte, cincuenta o cien años, y los más remotos descendientes ni siquiera lidiarán con el obscuro origen de la riqueza y nobleza familiar.

La vocación de poder como patología insólita, luego del largo período en el que tuvimos una democracia representativa, la revelan muy bien a propósito del revocatorio o de  la mesa de diálogo. Bastará con apreciar la sola declaración de los actores del gobierno para asumir que el libre sufragio no es un derecho fundamental y que, por mucho que lo ordene la Constitución, las elecciones no se pueden hacer a cada rato.

La vocación de poder totalitario, por cierto, no se pondera únicamente por lo que hacen y dicen los verdugos, sino por algunos sectores que sólo aspiran a mejorar las condiciones del cautiverio. Esto es, a lo sumo, sobrevivir de los mendrugos que caen de la mesa, reacomodándose cordialmente en los jardines lejanos del poder.

DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ