Si te acusan, a ti o a los tuyos, de alguna indecencia notable, de un delito mayúsculo, con pruebas, juicio y sentencia, y tu reacción es el silencio, un larguísimo, un vergonzoso silencio, solo alimentas la certeza del pecado. Si eliges el disimulo y volteas hacia el oeste, con gestos ampulosos; si profieres arengas morales, cuando todo apunta su índice sobre sangre de tu sangre, sangre que criaste; si discurres felonías en el campo de tus propias miserias; si gritas torpezas y ocurren sobrinos; si bailas salsa y ocurren sobrinos; si le das la espalda al clamor popular y ocurren sobrinos, entonces algo malo, muy oscuro, terriblemente fétido, hay en palacio.
Los tíos de los turbios muchachos, culpables y confesos muchachos, resultan ser la pareja presidencial de un país acorralado por la crisis más honda de su historia. No son unos tíos cualquiera. Son los tíos más poderosos del país. Unos tíos que regentan malamente el destino de millones de personas. Unos tíos salpicados en su sistema circulatorio por una noticia que posee la intensidad de una bomba radiactiva.
Si eres tío, pero también presidente, y le prohibes a la prensa oficial que hablen de tus sobrinos, el recelo colectivo se potencia. Si eres tío y como presidente amenazas con pararte de la mesa de diálogo porque la AN conjuga sobrinos con perico, el recelo colectivo se derrama exponencialmente. Nadie puede censurar al sol. Y la noticia de los sobrinos narcotraficantes brilla como una bola de fuego gigantesca en el mundo de los escándalos mediáticos.
Y resulta, oh ironía, que el mismo régimen que prohibió la transmisión de narconovelas en la televisión nacional sufre ahora la vergüenza mundial de ver cómo un sector de la familia presidencial es juzgada culpable por conspirar en la venta y tráfico de cocaina de alta pureza.
Es el imperio de las paradojas.
Porque el mismo régimen que prohíbe hablar públicamente del dólar paralelo ha sometido su negra economía a los vaivenes de esa moneda de estigma carcelario.
Es el mismo régimen que, en su afán por censurar, ordena ocultar las colas en los mercados.
El mismo régimen que estigmatiza el libre mercado y la propiedad privada y por tal razón recibe terremotos semanales en su economía patrocinando la fábrica de pobres más rápida del siglo.
Es el fracaso escribiendo su prosa en código de paradoja.
Es el fracaso en gerundio de un resentimiento.
Es el fracaso de una familia donde mucho se debe haber hablado de ética revolucionaria, de Lenin y Marx, de Fidel y Camilo Cienfuegos, para que los más jóvenes terminaran emulando la triste saga de Pablo Escobar o el Chapo Guzmán, en tono de pésimo remedo.
Eres el heredero de una farsa galáctica. Y ocurren sobrinos.
Haces todo tipo de acrobacias y vilezas para ocultar el desastre.
Y ocurren sobrinos.
DC / Leonardo Padrón / Escritor / @Leonardo_Padron