De la Venezuela que conoció la cantante venezolana Soledad Bravo cuando en 1950 llegó con sus padres desde España «no queda absolutamente nada», pero ella no pierde la esperanza de que el país «reverdezca» a medio plazo.
Aunque hoy es «un país esquilmado, golpeado, humillado y saqueado», «me gusta soñar», dice Bravo a EFE en Miami.
La cantante nacida en España hace 73 años llegó desde Caracas para la presentación de un libro sobre Sofía Imber, una «mujer extraordinaria», dice, quien fue la artífice y directora del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas y a la que Hugo Chávez despidió en 2001 por televisión cuando era presidente de Venezuela.
Durante la presentación de «La señora Imber, genio y figura», narrado en primera persona por el periodista caraqueño Diego Arroyo Gil, Soledad Bravo cantará canciones de Edith Piaf y «Gracias a la vida», de Violeta Parra, por petición expresa de la homenajeada, de 92 años, que asistirá al acto.
En los años 70 Bravo era considerada una cantante «revolucionaria». Su interpretación de «Hasta siempre comandante Che Guevara», de Carlos Puebla, y otras canciones políticas latinoamericanas le dieron fama y un público fiel.
Aunque se sintió «seducida» como muchos otros por la idea de la revolución, la venda en los ojos que le impedía ver la «feroz dictadura» cubana, según dice ahora, se le fue cayendo tras sus primeros viajes a la isla, en 1973 y 1974.
«Las vendas no se caen de sopetón, son cosas que una va viendo y le hacen notar que ha pecado de ingenua», subraya.
Con la revolución bolivariana, sin embargo, nunca tuvo venda.
Recuerda que el día de la intentona golpista de Hugo Chávez y otros militares contra el presidente Carlos Andrés Pérez en 1992 cuando vio por la televisión al entonces teniente coronel se dijo que Venezuela «se iba por el barranco» si ese hombre llegaba a dirigir el país.
La cantante se sigue considerando revolucionaria y libertaria en un sentido positivo.
«Si revolucionario es destruir, saquear y corromperse, nunca lo fui», dice la cantante, defensora de la democracia y sus libertades y derechos como el mejor sistema político.
A pesar de la situación de «devastación y tristeza» en la que han sumido a Venezuela «los gobiernos que solo aman al país de la boca para afuera» ella no se ha ido al extranjero ni piensa hacerlo.
Sin embargo, echa de menos la Venezuela en la que se podían «dirimir las diferencias», en la que se podía hablar con unos y con otros, «pensar distinto sin enemistarse».
«Ha vuelto al siglo XIX, a las montoneras», señala.
Hija de españoles, él riojano y ella cántabra, Bravo nació en Logroño (norte de España) y llegó de niña a Venezuela, su país, al que ama y al que desea ver fuera de la «pesadilla» en la que está.
Estudiaba arquitectura cuando precisamente Sofía Imber, nacida en Moldavia y llegada también a Venezuela de niña, la descubrió cantando acompañada de su guitarra en un montaje universitario de una obra de teatro de Federico García Lorca y la invitó a actuar en su programa de televisión.
«No me equivoqué» al elegir la música, dice con un amplia sonrisa.
Su padre, un maestro republicano al que la guerra civil española le cortó las alas, quería que sus hijos fueran profesionales y en el caso de Soledad todo menos cantante, pero ella ganó la pelea.
Hoy sigue ligada a la música, aunque se le hace difícil encontrar un «espacio» para cantar en publico en Caracas, debido a que los teatros como el Teresa Carreño están al servicio de los artistas que comulgan con el chavismo, afirma sin miedo de decir lo que piensa.
Hay canciones que interpretó en sus tiempos revolucionarios, como las de la Nueva Trova cubana, las del argentino Atahualpa Yupanqui o del uruguayo Alfredo Zitarrosa que le siguen gustando.
La canción dedicada al Che, por ejemplo, con la que mucha gente la identifica, le ha traído problemas, pero a ella le sigue pareciendo «hermosa».
Bravo mantiene una relación de afecto con el cantautor cubano Pablo Milanés, con quien ha colaborado en un disco, pero no oculta su disgusto con Silvio Rodríguez.
«No tengo nada que ver con una izquierda irredenta que sustenta la desfachatez del lenguaje, que no es democrática», subraya.
Bravo apoya a las fuerzas opositoras venezolanas pero cree que es necesaria una oposición de «nuevo cuño» para que el país pueda dejar atrás el «tremendo legado» que le dejó Chávez.
Su esperanza es que Venezuela cambie antes de que ella muera y lamenta profundamente que «tantos amigos» se hayan ido sin poder ver los cambios con los que ella sueña.
DC | EFE