El origen del Éxodo, como material histórico y bíblico, se debió al retiro de los israelitas de Egipto, narrado en el Antiguo Testamento, Libro II del Pentateuco. Luego, son, los llamados emigrados, las personas que viven obligados lejos de su patria por causas políticas. Principalmente a ellos, queremos referirnos.
A la humanidad le debiera apenar que en pleno siglo XXI los israelitas hayan sacado o quieran retirar, o no le dan sitio en Jerusalén a los palestinos, quienes sostienen que la Franja de Gaza ha sido ocupada por ellos por cientos de años y, en consecuencia, algún derecho les corresponde como pisatarios centenarios, aun cuando sea en la mismísima Jerusalén. No es tan complicado el arreglo de esta contienda. Solo se requiere buena voluntad, comprensión y tolerancia de ambas partes. Lamentablemente, hasta ahora, estas cualidades han escaseado pero, en algún momento, surgirán con fuerzas remarcadas por la sobrevivencia.
Sin embargo, peor es que todavía los demócratas del mundo no entienden que les está prohibido, a los gobiernos de los pueblos libres y soberanos, provocar causas que generen persecución o detenciones carcelarias arbitrarias porque no estén de acuerdo con los métodos, incultos o no, del régimen de turno. En efecto, no se dan cuenta que asaltan a la familia, así como a sus tranquilidad y paz, porque tienen que salir despavoridos y fugados de su país so pena de sufrir los horrores de una cárcel injusta en manos de verdugos profesionales más que carceleros. Por el contrario, los jefes de gobierno disfrutan de estos emigrados, huidos, escapados o presos (la prisión injusta es el peor de los exilios políticos), que se producen por tensiones contenciosas abusivas e innaturales y que solo los atrevidos la usan como práctica política, a pesar de ser usanzas vencidas y caducas.
Entonces, vemos a los emigrados, artista, artesanos, periodistas, líderes políticos, cantantes de mucho ruido, campesinos, médicos; profesionales, obreros, padres de familia en general, saliendo por miles cada día para cerca o lejos de Venezuela y, por lo mismo, de su patria. En efecto, por falta de tolerancia, equilibrio y sindéresis de los dirigentes mandantes, cuanto más se alejan de las bases constitucionales, mas restringen, para sus naturales, la libertad y los derechos de igualdad que son originarios de los pueblos democráticos.
Por eso, no hay razones, ni propias ni extrañas, para apresar, detener, o retener en las fronteras, aeropuertos, y entradas y salidas del país a algún nativo por motivos políticos; tampoco las hay para que las autoridades se abroguen esta capacidad de decisión, cuando no existe orden judicial ni se halla sometido, al sujeto de aprehensión, al obligado juicio previo de corte institucional que establece el juicio en libertad. Luego, es insolente y abusivo el prohibir la entrada o salida del país a cualquier venezolano que quiera arribar o salir de su nación, donde la libertad está consagrada como derecho y garantía sin que pueda existir autoridad alguna que le coarte su libre circulación y lo someta a una pena no causada. En este sentido, debemos recordar que el gobierno administra el presupuesto pero no a los jueces, a los cuales le es obligada la imparcialidad total. Por otro lado, el gobierno no debe olvidar el viejo dicho “Hoy por mí y mañana por ti” y “No hagas a los otros lo que no quieres que te hagan a ti”.
Más, por cuanto el gobierno tiene el poder, las armas y, como si fuera poco, el control del país nacional, es inaceptable que se actúe con tales ventajas que entristecen los actos y se separan de nuestro gentilicio. Por ello, siendo la Ley de Amnistía el elemento más expedito y armónico para solventar esta situación, que enreda
al país y no favorece a nadie. Por amor patriótico y sana decisión, el Presidente y su régimen deberían aprobar su vigencia. Ella en nada agota, en sus valores, la causa cívica y social, y mucho ayudaría a la paz de la República y a la restitución de los poderes.
¡Sólo así se observará luz en las tinieblas venezolanas y, sólo así, el brillar del sol dará la luz que espera Venezuela!
Reivindicando a Caldera, el 11 de marzo de 1969, en Caracas, el anotó: “La libertad es la mejor condición de ascenso humano. La libertad es el motor que en cada uno determina el poder de avanzar”.
DC / Luis Acosta / Artículista