Es necesario hacer esta distinción, porque no todos los carbohidratos tienen la capacidad de ser energéticos.
Para ser considerados “saludables” no deben provocar alteraciones en los niveles de azúcar en sangre (merece la pena destacar que son fuente de glucosa y que el cuerpo los transforma en energía).
Entre las mejores opciones se encuentran el pan de centeno y la avena (puedes mezclarla con el yogur, la leche o el zumo).
Si no se consume en exceso el huevo es saludable (aunque muchos crean que son un alimento prohibido).
Por este motivo, sería bueno que consumieses dos o tres veces a la semana un huevo duro en el desayuno.
Es muy adecuado sobre todo en aquellos días en que sabes que tu agenda estará repleta, debes hacer horas extra en el trabajo o te espera una jornada agotadora.
Nada de tocino ni salchichas por la mañana porque aumentan los niveles de colesterol de una manera descomunal y, además, no elevan la energía sino todo lo contrario.
Las grasas saturadas nos vuelven más lentos y menos capaces de tomar decisiones.
Es probable que hayas experimentado esa sensación de pesadez y cansancio tras una comida grasosa y copiosa. Así te sentirás todo el día si desayunas con este tipo de alimentos.
Por el contrario, si eliges algunas legumbres (lentejas, frijoles, garbanzos) estarás más despierto.
Si no te parece muy “normal” comer frijoles en la mañana puedes probar con los frutos secos (almendras, nueces, cacahuetes, etc.).
Ten en cuenta que los frutos secos son altos en calorías, pero un puñado cada dos o tres días no es desaconsejado.
En verano es más fácil preparar un batido o jugo frutal; sin embargo, también deberíamos continuar con este hábito cuando hace frío.
Hacemos la diferencia de “desnatados”, ya que quizás la leche o el yogur por la mañana puede resultar algo pesado.
Además, la versión sin grasa sirve para no subir de peso y para aquellas personas que padecen una leve intolerancia a la lactosa.
DC/Agencias