Desde sus orígenes, la revolución cubana tuvo mejores relaciones e intereses con la ultraizquierda venezolana que, por identificarla de alguna manera, con la izquierda marxista institucional. El Partido Comunista de Venezuela (PCV), identificado con el proceso hasta el sol de hoy, jugó un papel secundario frente al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y sus posteriores derivaciones, aún lejanas, como el propio chavismo.
Luego de la derrota política de la subversión armada, a propósito de los comicios de 1963, se hizo cada vez más evidente la de carácter militar, por lo que el VIII Pleno del CC del PCV decidió responder a las circunstancias adversas, comenzando por las propias de un frente guerrillero que, a un lado, sintonizaba con el empedernido foquismo continental de los días, y, al otro, trataba de sobrevivir a las fracturas y divisiones. A la significativa y, a la postre, trascendente expulsión de Douglas Bravo de sus filas, añadido el exitoso y fortísimo desmantelamiento del frente más cercano a la ciudad capital (por cierto, en “El Bachiller” muere “El Chema” Saher, hijo de un gobernador adeco), se unió el discurso de Fidel Castro del 13 de marzo de 1967 que Luigi Valsalice caracterizó como el de “un largo ataque de inusitada violencia contra los dirigentes comunistas venezolanos”, firmemente respondido – tres o cuatro días después – por quienes sentían la necesidad de abandonar las armas, reiniciar la lucha de masas y condenar el terrorismo (“Guerrilla y política”, Pleamar, Buenos Aires, 1975: 75 s.). Acotemos, por esos pesarosos días, declarando desde la clandestinidad a Germán Carías, el secretario general – (re) entrante – del PCV, Pompeyo Márquez, expresó: “Fidel tendrá que reconocer su error. Nuestro partido no es cobarde, ni claudica ni se vende. Allí está nuestra lucha de 35 años como ejemplo” (El Nacional, Caracas, 27/04/1967).
Al pasar los años, las relaciones de Castro con el PCV tendieron a normalizarse con la distante cortesía de quien las hizo óptimas con el propio y satanizado Carlos Andrés Pérez y, luego, por sobradísimas razones, con Hugo Chávez, el gran benefactor. Cumplidas las formalidades para familias ideológicas tan afines, las nuevas generaciones de dirigentes del partido, haciendo gala de la ortodoxia, varias veces intentaron un acercamiento con La Habana que nunca se compadeció con el estrecho parentesco que los herederos de esa ultraizquierda aún cultivan.
Así las cosas, a medio siglo de aquella polémica, importa poco o nada a Raúl Castro y, mucho menos, al orgullosamente ignorante Maduro, el destino del PCV al que quiso someter a la revalidación partidista, pues, la organización ha anunciado que no la hará y, a la vez, recurrirá al Tribunal Supremo de Justicia. Por mucha lealtad que tengan con el gobierno que les concedió dos o tres cupos en su lista parlamentaria, siendo un partido subsidiario del PSUV, no le quedará más remedio que integrarse o desaparecer, muy quizá dejándose quitar el nombre si apuran mucho al clan gobernante.
El observador más incauto, por mil diferencias políticas e ideológicas que se tengan, podrá apreciar de un solo vistazo el contraste entre el PCV y el PSUV; nos permitimos añadir, presidida por un dirigente comunista cuando la integramos, era en algo distinta la Comisión de Política Exterior de la Asamblea Nacional, frente al conductor pseuvista, aunque el resultado fuese desgraciadamente el mismo. De continuar, el madurato se echará al pico las varias décadas de historia del PCV y, como en La Habanera, ni un eructo brindará.
DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ