Multimillonario a los 26 años, Evan Spiegel es el hombre de moda en el mundo de las nuevas tecnologías e internet tras la salida a bolsa de Snapchat, la red social que creó junto a Robert Murphy en su época de universitario en Stanford. De familia adinerada, siempre ha vivido rodeado de lujo y ahora protagoniza las crónicas sociales por su relación con la modelo Miranda Kerr.
Hasta llegar al día de hoy, la red social ha tenido que transitar un camino por el que ha rechazado una oferta de compra de Facebook, se ha renombrado a Snap y ha conquistado el corazón del ‘target’ más apetecible de todos: los ‘millennials’. Un estudio publicado en abril de 2015 reveló que el 60% de los dueños de un ‘smartphone’ en Estados Unidos de entre 13 y 34 años estaban dados de alta en la aplicación. Las últimas cifras reveladas por la aplicación hablan de 400 millones de ingresos anuales y 158 millones de usuarios únicos a diario. ¿Quién es el cerebro detrás de esta operación?
Contra lo que dicta la lógica de Silicon Valley, Evan Spiegel no creó la compañía en un garaje. No es inmigrante, ni de primer ni de segundo grado, y ha vivido una vida lo suficientemente acomodada gracias a sus dos padres, abogados, que vivían en una lujosa urbanización de Los Ángeles, cerca de Malibú.
Uno de los aspectos que le diferencian de Steve Jobs, Mark Zuckerberg, Bill Gates o Sergei Brin es su querencia por la noche. Spiegel, cuentan las crónicas, es un tipo al que le gusta la informática, pero que no encaja en el prototipo de ‘nerd’: su vida nocturna ha acaparado titulares ahora que es famoso, pero ya venía de atrás, cuando era un adinerado desconocido al que le apasionaban los coches. En poco más de un cuarto de siglo ha coleccionado un Cadillac Escalade, un BMW 550i y un Ferrari.
Stanford al club de los jóvenes millonarios
Spiegel es uno de esos cerebros que no han necesitado licenciarse para levantar un imperio. En Stanford estudió diseño pero, más importante, conoció a dos personas en la hermandad Kappa Sigma que cambiarían su vida: Bobby Murphy y Reggie Brown. Los tres fueron los responsables de poner en marcha Snapchat bajo un lema que Murphy reveló en su día a ‘Forbes’: «No éramos gente guay, así que decidimos hacer algo que molara».
Así fue como nació Pikaboo, una red social de mensajes que se autodestruían en 10 segundos y que fracasó con estrépito. Pero el trío decidió trabajar sobre la idea, pulirla y cambiarle el nombre: había nacido Snapchat. Los años universitarios de Spiegel le pasaron factura ‘a posteriori’. Antes de convertirse en una figura escrutada con lupa, el CEO de la compañía escribió unos correos electrónicos ofensivos que salieron a la luz años más tarde.
«Estoy mortificado y avergonzado porque mis estúpidos correos de la hermandad se hayan hecho públicos. No tengo excusa. Lamento haberlos escrito y fui un capullo por haberlo hecho. De ninguna manera reflejan quién soy hoy en día ni mi opinión sobre las mujeres», se excusó en un comunicado. En aquellos correos, Spiegel se refería a las mujeres en términos ofensivos. La ironía del asunto, como señaló TechCrunch en su día, residía en la relación entre esos mensajes y la creación que ha hecho famoso a Spiegel: de haber enviado esos mensajes vía Snapchat, el planeta jamás los habría descubierto.
El hombre que dijo no a Facebook
Quizás el momento favorito de los medios al hablar de Spiegel se remonta a varios años atrás. Fue a finales de 2012. Snapchat todavía no había obtenido la masa de usuarios de la que disfruta hoy y el creador de Facebook, Mark Zuckerberg, contactó a Spiegel para un encuentro. «Ven a Menlo Park y conozcámonos», le dijo. «Me encantaría conocerte… si vienes a verme», respondió Spiegel.
Zuckerberg no tuvo problema en organizar un encuentro secreto en Los Ángeles en el que les presentó una idea, Poke, que era una copia descarada de Snapchat. Aquella aplicación fracasó tras un efímero paso por lo alto de las listas de descargas y su testigo lo recogió Snapchat.
Aquel movimiento no sentó demasiado bien en Facebook, que aplicó la máxima de unirse al enemigo si no puedes con él. En este caso, en lugar de unirse, decidió comprarlo por una suma nada desdeñable: 3.000 millones de dólares, que ofrecieron unos meses después. ¿La respuesta de Spiegel? «No».
Facebook fracasó en su intentó de popularizar un plagio de Snapchat. Su siguiente movimiento, comprar la ‘app’ por 3.000 millones, fue rechazado
Con la negativa, Spiegel dio la espalda a 750 millones de dólares (se calculaba que su participación en la compañía ascendía al 25% en aquellos tiempos), aunque el tiempo parece haberle dado la razón. Han pasado varios años y ahora, en 2017, Snapchat aspira a una valoración que multiplicará por siete u ocho la cifra rechazada en su momento.
DC/Agencias