A pesar de las diferencias, Guyana no puede eludir un compromiso político y moral contraído con Venezuela. Además, pragmáticamente, debe prever una transición democrática en nuestro país que replanteará el asunto esequibano, corrigiendo los entuertos hechos en socialismo.
Ciertamente, en medio de la controversia, nuestro país apoyó decididamente la independencia del vecino país en los años sesenta del XX. Bastará con apreciar los diarios de debates del Congreso para corroborar el predominio de una convicción anticolonialista que, con algunos matices y muy pocos desacuerdos, condujeron al parlamento bicameral a un respaldo afianzado en principios y valores.
Siendo otras las circunstancias, por más que deseé aprovecharse Georgetown de la difícil como inédita coyuntura que hoy atravesamos, mal puede beneficiar a la dictadura encabezada por Maduro Moros, en la OEA o cualesquiera instancias internacionales. Es cierto, le ha colaborado como nunca nadie en relación al Esequibo, pero no menos cierto es que sus concesiones resultarán a la postre insostenibles y, lejos de beneficiar a las partes, le agregarán un elemento innecesario y contraproducente.
Entendemos, la embajadora de Miraflores en Guyana ha diligenciado públicamente el apoyo a la dictadura que fielmente representa, absolutamente callada y negligente en la defensa de nuestros intereses vitales, activa y estridente en la defensa de su salario o quizá algo más. El sector democrático de la oposición, por lo menos, Vente Venezuela que ha demostrado su sensibilidad y preocupación por la materia, aspira a un respaldo guyanés a la causa democrática venezolana, como – en su momento – se lo dimos a la hora de independizarse.
Siendo tan hermética la postura de nuestra cancillería, un eufemismo para su total displicencia, no queremos pensar que está en disposición de hacer lo indecible para gozar del apoyo del presidente Granger o de los países que les son afines. Si así fuese, la historia no tardará en darles alcance.
DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ