Pueblo, gobiernos y soberanía, por Luis Acosta

Hasta la llegada de la revolución francesa la soberanía la ejercía el Rey. Más era por el poder del dinero, la riqueza y la misma ostentación que por la propia fortaleza del monarca.  Pero los hombres, los reyes, los eruditos y los sabios empezaron a convencer a la humanidad y a sus mejores pensadores que los individuos, y después los ciudadanos, se preparaban para cosas más grandes y superiores, y sobre el solo dinero; la felicidad y la calidad de vida tenían más atractivo y valor agregado que estar peleando.

Así se llega a las agrupaciones superiores, mas por la organización y sabiduría que por la fuerza bélica sola. Con la industrialización, y su post era, aparecen Estados Unidos, Francia, Rusia, Japón, Alemania, El Reino Unido, Países Bajos y los países socialistas como los bálticos.

Pero los productores de alimentos ganaron la partida de las armas y la batalla de los alimentos porque las primeras necesidades del hombre no terminan en el ser guerreros como lucía y se hacían, sino el comer y vivir con la comodidad y el éxito. Adam Smith fue el primer economista en darse cuenta de esa realidad y sembró esta filosofía en los Estados Unidos, basada en dejar hacer, dejar pasar. Así, se creó la buena fe como sustento y fuerza de convivencia en los negocios y en la conveniencia, que no se ha de engañar al otro sino conquistarlo o negociar para el trabajo y la mutualidad. Los puritanos del Mayflower ayudaron a aliarse a esta conducta con la aplicación de estos principios y que agregaron a sus ricas organizaciones de producción y civilidad.

Después de la II Guerra Mundial, los Estados Unidos se declararon aliados y cuidadores de América y el mundo y, para ello, tuvieron que acumular mucho poder para ayudar por aquello de que “da el que tiene y no el que quiere” y poder cuidar al débil o al comenzante. Para ello, supieron que debían de cosechar fama de generosos, y ser dominadores del ahorro, la austeridad y la integridad usando a Monroe con el principio de “América para los americanos”. La ONU y la OEA sirvieron para organizar y tener el control político del hemisferio hacia el futuro, manteniendo a sus espaldas por décadas los costos de esas organizaciones; también la OTAN, la Alianza con Israel, y desarrollar el agradecimiento ante sus padres putativos, los sajones, con el inglés Winston Churchill a la cabeza.

Ahora bien “nadie da todo o algo por nada” y eso necesitamos entenderlo y no confundirlo. Los musiús   ofrecieron su poder y ayuda al resto de la humanidad a cambio de lealtad y materias primas para desarrollarse y los precios módicos por sus compras no eran un negocio sino una necesidad. En efecto, así se alimentó su industria y la sembró hasta constituirla en la industria alimentaria más grande y fuerte del planeta. Con el tiempo se fortaleció de tal modo que hoy es también la más poderosa maquinaria bélica y política que jamás hubo en civilización alguna.

Entonces, nosotros con la fuente de petróleo más gigantesca del planeta, en vez de mantenernos como amigos de los norteamericanos, con una venta de precios bajos de petróleo pero continuos, lograr y vivir en plan de grandeza. Sin embargo, en vez de vivir en plan de grandeza, nos ponemos a pelear con los gringos y a declararnos sus enemigos y, por el contrario, nos identificamos a plenitud con rusos, chinos o los cubanos de Fidel que de nada han servido a Cuba, ni a nadie convirtiéndonos en mas vasallos de La Habana que de los propios norteños. Por añadidura, Irán, Cuba, Rusia o Corea del Norte, sea por envidia o no sabemos qué cosa, nos pueden meter en la tercera guerra mundial.

Luego, para qué nos sirve esta soberanía, pobre y sin esperanzas, en la cual los gobiernos pueden usarla y no los pueblos que son los legítimos beneficiaros  de ella? La historia anota y recuerda que los mejores años económicos de Venezuela y su pueblo. Fueron los años de las concesiones petroleras donde nos daban  3.50 bolívares por cada dólar petrolero entrado al fisco. Con eso, comíamos jamón serrano, bebíamos whisky etiqueta negra, viajábamos cada dos años, teníamos automóvil, hasta dos y tres por familia, y los restaurantes de Caracas eran los más gourmets y mejores calificados de la tierra. Por otro lado, contábamos con buenos servicios; Maracaibo llegó a ser la capital científica y mágica de Venezuela. Caracas la ciudad más cosmopolita de la región. Una contada de 400 plátanos costaba 400 lochas; un kilo de carne de aguja o solomo de res se compraba por un precio de 6 bolívares y un pasaje en carrito “por puesto” se pagaba con medio real.

Esos resultados son los que generan soberanía social, económica y política para los pueblos y hacen grandes, independientes y felices a sus países. Es decir, debemos trabajar con los que producen y logran bienestar compartido, así nos den menos de conversión pero nosotros “vivimos” más y mejor.

Diría el Quijote: ¡Cosas veredes amigo Sancho!

 

DC / Luis Acosta / Articulista

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