Óscar Navarrete estuvo muerto por 30 minutos. El impacto de una lacrimógena en el lado izquierdo del pecho le ocasionó una arritmia y colapsó sus pulmones. La represión lo golpeó el 18 de mayo en Altamira, en medio de una protesta opositora contra el gobierno de Nicolás Maduro. Los mismos manifestantes lo recogieron del piso y lo trasladaron a la Clínica La Floresta, donde lograron devolverle el aliento.
“Los médicos me dijeron que la reanimación la hacen tres veces, con él lo intentaron de nuevo una cuarta vez y ahí fue que reaccionó”, cuenta su madre, Carmen Ruiz. Ahora no se separa de su hijo. Vela su sueño y lo atiende diariamente. La distancia que habían puesto entre ellos para que Óscar consiguiera mejores oportunidades acabó con la peor de las noticias que podían haberle dado a Ruiz.
El muchacho de 18 años se mudó de Puerto La Cruz, donde vivía con su mamá, a Guarenas. Sentían que en Anzoátegui no conseguiría las oportunidades que podía ofrecerle la Gran Caracas. Debía terminar el quinto año de bachillerato, que cursaba en el liceo Manuel Fombona, y luego conseguir trabajo. Por lo pronto, el plan está en espera. La primera en llegar a La Floresta fue Génesis, su hermana. También estaba en la “marcha contra le represión”, pero había ido con compañeros de trabajo.
“Cuando vi que ya eran muchas las lacrimógenas y que se estaba poniendo feo, le dije a la gente que estaba conmigo que me ayudara a buscar a Óscar. En eso unos amigos me pasaron un mensaje de texto diciéndome que lo habían herido”, dice la chica. Óscar asistía regularmente a las manifestaciones que desde abril se dan contra el presidente Maduro y que hasta el 11 de junio cuentan 92 muertos y centenares de heridos, entre ellos un muchacho que perdió el riñón por el chorro de la ballena y otro que quedó sin un ojo por un perdigonazo.
Tras el bombazo en el pecho quedó 15 días en terapia intensiva. “Lo bajaron a hospitalización cuando ya estuvo estable, y como a los dos días tuvo un segundo paro cardíaco y tuvieron que revivirlo de nuevo. Luego de eso nos dijeron que iba a quedar en estado vegetativo”, recuerda Ruiz. En adelante, Óscar mostraba la mirada perdida y rigidez en el cuerpo. No reaccionaba a ningún estímulo externo, por lo que los médicos sugirieron desconectarlo de las máquinas que lo mantenían con vida.
“Pero nos negamos. Si Dios no le quitó la vida ese día de la protesta y tampoco se lo llevó con el segundo paro, no lo íbamos a hacer nosotros”, acotó. La decisión del momento le salvó la vida al muchacho. El edema cerebral que se produjo tras tanto tiempo sin signos vitales fue cediendo. Desde el 26 de mayo está en un centro de rehabilitación donde recibe terapia física y ocupacional. “Ahora dice palabras sueltas. Dice ‘hola’, ‘hambre’. Ha mejorado muchísimo”, dice su mamá.
DC | El Cooperante