La mayor represión ejercida por las dictaduras, aunque no vomite inmediatamente la sangre de sus torturas, reside en el debate público. La obsesión está en reducirlo al máximo, banalizando los más variados aspectos de la vida ciudadana que buscan copar y controlar. No obstante, por muy subterráneo que sea el drama, éste tiende a reventar en un amplio e, inmediatamente, insoluble temario.
Hambre, inseguridad personal, hiperinflación, desempleo, insalubridad, decrecimiento y quiebra económica, deserción estudiantil, retraso tecnológico, entre otros, son aspectos que cobran toda la amargura en el ámbito doméstico, trazando el sendero de la desesperación. Además, la censura y el bloqueo informativo, aparentan, sólo aparentan, la simplicidad de una vida pública en la que únicamente destaca la voz del poder establecido, por siempre efímera, al lado de la complejidad de los regímenes democráticos que hacen visibles y palpitantes los problemas que compiten entre sí para llamar la atención y retar a las instituciones.
Los regímenes de fuerza tienden a ser cada vez de más fuerza, en una dinámica que no tarda en dar alcance a sus cabecillas, en los capítulos postreros, intentando atajar esos temas en los que se reconoce todo un país, conmoviéndolo. Se resignan al inevitable enunciado, a las quejas de una población que busca destinatarios, cortándole toda posibilidad de reivindicación, pues, una cosa son los estudios de opinión y muy otra la posibilidad de solventar todas y cada una de las situaciones que, por profundas y amplias, interpelan la existencia misma del Estado.
Vale decir, quejarse es diferente a actuar, por lo que la dictadura allana, elimina o distorsiona toda la institución capaz de procesar y de responder a las demandas. A guisa de ilustración, todo el mundo sabe que los venezolanos pasamos hambre, pero no es posible abrir un canal de ayuda humanitaria, indagar y alcanzar cifras precisas para la propuesta de alternativas realistas, procesar penalmente a sus responsables, y, menos, acorde a la Constitución, apuntar a la soberanía y a la seguridad alimentarias; corriendo un inmenso y definitivo peligro la autonomía y la universidad misma en Venezuela, pueden aparecer focos de descontento, mas, lo importante para la dictadura es que los gremios estudiantiles y docentes, las autoridades y el personal administrativo, no concuerden siquiera en el diagnóstico, promoviendo acciones cada vez más contundentes que los relacionen con los partidos y el resto de la sociedad civil organizada; o que la industria petrolera, quebrada, sea objeto de la contraloría ciudadana y de la militante denuncia, escondida en la mar de sus complejidades y secretos, impidiendo el solo planteamiento de respuestas novedosas.
Luego, el asunto no reside en conocer y padecer los problemas, sino en articular a todos los agentes del cambio por el inevitable camino de la política a reivindicar, la que va más allá de los fuegos fatuos de un estudio de televisión o de las redes sociales que tienden cada vez más a acentuar el narcisismo. Por lo pronto, no se entiende a un partido que sea tal, desligado de todos los ámbitos y vicisitudes sociales que llaman a un compromiso real de movilización, pues, luce distinto, yendo más allá del habitual entrampamiento electorero, el que denuncia y acuerda acciones reales y concretas para revertir la hambruna, defender a la universidad o la industria petrolera, portadores de un temario específico y desafiante.
DC / Luis Barragan / Diputado de la AN / @LuisBarraganJ