“Los partidos políticos tradicionales y los nuevos pierden credibilidad como alternativa ante los venezolanos”
Comienzo, por darle las gracias, a mi amigo Joaquín Chaparro, pues con su gráfica ha recordado, que el olvido del costo de oportunidad produce distorsiones cognitivas y valorativas en el compromiso.
El activismo digno de elogio es algo más que actuar de acuerdo con lo que se cree. Sin duda ajustamos nuestras vidas con nuestro pensamiento y estábamos, por así decir, a la altura de nuestras convicciones.
Para nosotros, el coraje resultaba prescindible a favor de nuestros ideales. Los aquí identificados, y mencionados por algunos, asumíamos el costo del tiempo empleado, lo que dejábamos de ganar en la universidad académicamente, por no dedicar esas horas a otras actividades. El costo de oportunidad. Pocas veces ese costo existía, porque no tienen, nada mejor que hacer o, incluso, es negativo, una inversión en una carrera política. Sobran los ejemplos.
Muchos al ver, el pasado en esta grafica, sólo podrán decidir entre perdonar y no perdonar, conceder otra oportunidad o no. A veces muchos optan por no perdonar, y en estos casos suele ser porque lo dieron todo y no hay más que dar. En lo personal lo tome como un aprendizaje. Que sería renovador retomar el compromiso.
La virtud no hace ruido. Algunas virtudes incluso se desbaratan cuando se ostentan. No cabe invocar la modestia sin desmentirse. Con el compromiso sucede algo parecido. El activista entrega sus talentos o su tiempo a una causa. Por amor al arte. El costo de oportunidad de quien no tiene oficio es cero. Al dedicarse al activismo o a la política profesional, a estos efectos es lo mismo, solo asumen costos quienes renuncian a ingresos y a oportunidades. La diferencia, lo que dejan de ingresar, es una medida de las convicciones, del compromiso. Lo que dejan de ingresar o lo que pueden perder, lo que arriesgan. Por cierto, entre nosotros hay activistas insuperables, que se jugaron la vida por las convicciones. Lo apostaban todo como Rafael Cubillan y Antonio fuenmayor, este último que no aparece en la grafica, pero que en la facultad de derecho siendo aun un estudiante de media fue herido de forma mortal.
Desde entonces he seguido la pista al activismo como mérito y sin descartar criterio ni perfiles, la cosa ha ido a mayores y peores. He encontrado casos, en donde “activista” aparecía como ocupación. Incluso, he encontrado a profesionales, que han basado en el activismo en su un currículum personal. No cuentan lo que era, sino lo que podía haber llegado a ser. Algo así como: “yo iba para Nobel pero se interpuso el sistema, me entregué a luchar contra él y me atasqué.
Por supuesto, al final, se impusieron las necesidades prácticas y los fervores duraron lo que duraron, contribuyendo en más de una ocasión a saturar con un plus de hipocresía a la imprescindible en las actividades públicas, como sucedió con algunos, que escondían el vehículo oficial a dos cuadras del acto al que acudían. Ante la imposibilidad de mantenerse a la altura de exigencias imposibles, la duplicidad de moral asomaba. Al final, con las mejores intenciones, la nueva política, en su enfático moralismo, recala con frecuencia en la superioridad de la moral, esa variante del fariseísmo que tanto complica el debate democrático, si uno se siente esencialmente mejor, no cree que le deba razones a quienes no juzga a su altura. Un terrorista suicida se compromete con lo que piensa y, ciertamente, asume el costo. Se necesita algo más, tomarse en serio, comprometerse por buenas razones, por no quedar a la intemperie.
La necesidad, de reconstruir la idea del intelectual comprometido. El afán de integridad intelectual para añadir a la integridad práctica, un afán del que carece el intelectual frívolo o el sectario justiciero. Quienes, reclaman satisfacer ciertas exigencias, particulares. Tenemos todos, que permanecer alerta ante las complicidades de las tribus, buscar fiables fuentes, discutir la mejor versión de las ideas contrarias, disposición a atender toda la información, especialmente la que no se ajusta al propio guión. Son reglas comunes a la actividad científica que cobran especial importancia para el intelectual “comprometido”: mientras en la ciencia la desidia propia se corrige con la vigilancia colectiva, en su caso, el quehacer inevitablemente solitario y la naturaleza mudadiza y menos perfilada de los asuntos invitan a las trampas al solitario. Se las ha de imponer a sí mismo. Ha de tomarse en serio.
De momento, me conformaría con que el activismo se ejerciera sin invocarse. Ni golpes en el pecho ni superioridades morales. De otro modo, si el activismo acaba en manos de ciertos activistas de oficio, resignadamente, habrá que coincidir con Pascal en su melancólica reflexión: “La mayoría de los males les vienen a los hombres por no quedarse en casa”
DC / Dr. Johnny Galué / Abogado, Político / @COOTUR