Irremediable, tendremos que esperar al adecuado y profundo balance histórico de una etapa que todavía escribimos, permitiéndonos ponderar todo el anómalo proceso de selección del liderazgo político venezolano del XXI que, al primer vistazo, queda muy atrás respecto al que ocupó la escena en el siglo precedente. Quizá en el presente, un presente confuso y febril, el principal problema resida en el nivel de madurez que no guarda – precisamente – correspondencia con la notoriedad de muchos de los dirigentes en el ámbito partidista, gremial y de opinión pública, paradójicamente inadvertido el peso que ejercen las redes sociales.
El caso de Yon Goicoechea, una de las figuras más visibles y celebradas de la promoción que irrumpió con el consabido cierre de Radio Caracas Televisión, pueda ejemplificar nuestra preocupación y perplejidad. No siendo el único, sería demasiado injusto juzgar una trayectoria y las vicisitudes que la explican, acaso predispuestos, incurriendo en una abusiva particularización. No obstante, luce inevitable referirnos a su liberación e inmediata aceptación y candidatura en El Hatillo.
Objeto de un vil chantaje, por mucha boleta de excarcelación que esgrimiera la defensa, incumplida la orden judicial con total impunidad, fue obligado a ofertarse como alcalde de la citada localidad para complicar aún más la vida opositora, gracias a las perversas maniobras del poder establecido que no tiene el más mínimo pudor de ocultarlas. Difícil y duro dilema que sólo puede entenderlo el que lo sufre, desde la intimidad de una tragedia personal, todos sabemos de la decisión tomada.
Ahora bien, porque probablemente no estaba pactado el silencio, desde el instante inicial, impotente, el ahora candidato a alcalde ha revelado las circunstancias que condujeron a su liberación, con una franqueza que apreciamos. Quien esté libre de pecado, lance la primera piedra, dirá, por lo que, de un lado, espera la terapéutica comprensión de la ciudadanía que tantas veces lo aplaudió; del otro, en el caso de que lo voten mayoritariamente, advierte de antemano su condición de rehén; o, luego, facilita el ataque de sus rivales más cercanos, propiciando una derrota que tampoco fue convenida con sus carceleros.
Que sepamos, el caso no tiene precedentes en nuestro historial contemporáneo. Es de suponer las varias veces que se impuso la extorsión para dirimir asuntos de entera naturaleza política, sin la suficiente trascendencia pública en un pasado cada vez más remoto: ahora, el problema es de algo más que inmadurez.
DC / Luis Barragan / Diputado de la AN / @LuisBarraganJ