Hay mucha historia acomodada que insinúa que el Tango nació en los barrios parisinos en el siglo pasado. Otras aseguran que apareció, por primera vez, en los arrabales de Budapest, Hungría. Pero lo más importante es que hoy, el Tango sigue tan campante sea vals, una milonga o un sentimiento musical, así haya nacido, como dice el argot coloquial, en la Conchinchina. Sin embargo, es probable que haya sido el propio Gardel, nacido en Francia, quien llevó el tango a Buenos Aires y se convirtió en su mejor exponente. El éxito fue tan arrollador que se quedó allí: el Tango era ídolo y fenómeno social en Argentina y el resto del mundo como veremos más adelante.
En efecto, Carlos Gardel se inmortalizó como cantante de Tango y bailarín sin igual y se hizo más conocido aun cuando, a la edad de 44 años, murió en un accidente de aviación en Medellín, Colombia. El accidente ocurrió, cuando el avión donde viajaba Gardel correteaba para el despegue y se desvió por causa del viento, embistiendo contra otro avión que esperaba su turno de salida, siendo el choque fatal para Carlos y su valiosa, granada y genuina compañía musical. Todo aconteció después de la visita de Gardel a Caño Amarillo en La Guaira, cerca de sus muelles y cerca de Caracas. Corría el año de 1935 y Carlos se había convertido en la máxima expresión del Tango y la Milonga en el mundo artístico por la calidad de sus canciones e interpretaciones amen de su gran empatía y toque social. “Melodias del Arrabal” y “El día en que me quieras” estaban en las carteleras cinematográficas teniéndolo como la gran figura. Eran los mismos títulos del repertorio musical del dúo mágico: El Tango y Carlitos.
Las fiestas en el viejo Almacén, donde presentaba sus tenidas el famoso gaucho, ayudaban a vender a Buenos Aires como destino turístico importante y nutrido. Para esto Gardel lucía como todo un galán; buenmozo, de tez blanca y europea, de sonrisa amplia y abierta, bien trajeado de gaucho o de la capital y un florido protocolo verbal. Por otro lado, el Morocho de la esquina no estaba solo. En efecto, Bariloche, Entre Ríos, Buenos Aires cada una en su esquema de ciudad, se presentaban altiva y emocionadamente. El Teatro Colon estaba incluido entre las mejores carteleras en teatro y revistas artísticas, tal New York y Tokio. Argentina se había colado en la vida productiva y económica. El dólar y el poder adquisitivo del peso contribuían con el éxito en las olas de turistas que se hacían presentes y gastivas.
Mas, lo trascendente del artículo lo constituye que, desde Gardel y Hugo del Carril en Buenos Aires, Alfredo Sadel y Hector Cabrera en Caracas y otros artistas sureños, el baile del Tango, más que el propio Tango cantado, iba tomando ribetes de crecimiento en el argot musical como ninguna otra expresión y se observaba, en tipos y tono, que en cualquier espacio callejero de Paris o Ámsterdam, Estalingrado o en toda Europa, la danza elegante del baile tanguero, con mujeres bellas y piernas en el aire con atractivos desnudos que provocaban el salir a danzar. Ver, además, a la juventud, varones y hembras, en bailes traviesos, de llamativas piruetas y alardes de figuras del burlesco bohemio, de elegancia y belleza, derrochando arte y cultura con elementos artísticos impresionantes, los hace dignos de incorporarlos en las plazas marabinas con financiamiento municipal tal como se hacía otrora con las Retretas de Martucci en la Plaza Bolívar.
Por cierto, hasta hace pocos años, un viejo gaucho gardeliano venezolano, Carlos Ochoa Pérez, en su programa radial “Bajo el cielo argentino”, trasmitido por años en Ondas Porteñas, Puerto La Cruz, anunciaba: Oigan “El día que me quieras” con Carlos Gardel ¡cantando ahora mejor que nunca!. Si esto es en Venezuela, como será en Argentina. Asi pues, Gradel llego para quedarse y el Tango para no perderse nunca. ¡Enhorabuena!
DC / Luis Acosta / Articulista