Jesús, Yasmelis y sus dos pequeños caminaron desde Galerías hasta su “casita”. Más de cinco kilómetros cargando botellas de plástico, alambre, sacos y el peso de una vida. Él tiene 46 años, ella 43 y los niños cinco y tres. Tienen casi dos meses viviendo en la estructura de lo que fue un cafetín en la plaza Centenario del sector el Transito, cerca del Casco Central de Maracaibo. Antes pasaban el día en las inmediaciones del lugar y en la noche se acobijaba en un “techito” de una emisora de la ciudad.
La historia de los Colina-Peña comenzó en Las Pulgas. Eran carretilleros y se enamoraron, fue instantáneo, sin pensarlo. El acababa de llegar de Coro, donde las oportunidades eran mínimas, y Yasmelis vivía en Bella Vista. Tienen años rodando, la estabilidad es una palabra que los esquiva, pero la unión y las ganas de salir adelante les dan vida.
Recogen desechos de otros para subsistir. Recorren Pomona, Cecilio Acosta, El Milagro, 18 de Octubre, Sabaneta, La Limpia y cualquier rincón donde pueden conseguir algo de valor. En las calles le dan comida, dinero, agua y evitan cualquier rencilla.
Pedacitos de país
Pupi y él bebe, como Yasmelis llama a sus hijos, son envalentonados. Alegres, pilas y se mueven para todos lados. Ambos tienen la carita sucia, los pies curtidos y la ropa desteñida. No estudian y será en enero cuando asistan a la escuela como oyentes, pero su madre tiene sueños, como cualquier otra mamá.
Quiere que sean los mejores, “abogados y doctores». También aspira educarse. Cuenta que en un pasado lejano comenzó a estudiar, pero luego lo abandonó. “Quiero ser alguien en la vida y que ellos vivan mejor”, comenta mientras abraza a Pupi que permanece montado en el mesón.
La pobreza en Venezuela no es exclusiva de pequeños grupos. Según la encuesta Sobre Condiciones de Vida (Encovi) el porcentaje de hogares en pobreza paso de 55,6 por ciento en 1997 a 81,8 por ciento en 2016, lo que representan una brecha que supera los 25 puntos porcentuales. Por lo general, las familias pobres tienen condiciones mínimas de vida y los espacios que habitan son precarios e insalubres.
Los Colina-Peña fueron desalojados de una cancha donde habitaban por “guardaespaldas del Gobernador”. Soportan frio y calor, además de las inestabilidades propias de la calle. Jesús cuida a su familia, es sobreprotector y está atento ante cualquier amenaza que ponga en peligro sus vidas. Yasmelis por momentos es tímida, su cara denota tristeza, sus facciones son decaídas y sus ojos aguarapados.
En las buenas y en las malas
Su hogar es pequeño, tiene grandes “ventanas”, que en su momento sirvieron para atender a los comensales del cafetín; mesones en las paredes, peroles regados y trapos amontonados. Los bebes nunca tomaron tetero, se criaron con lo que consiguen, pero no pasan hambre. Las opciones para escoger alimentos pueden contarse con los dedos de las manos.
Cocinan las tres comidas con leña. Montan una fogata en la parte trasera de la “vivienda” y encima de cuatro piedras colocan la mitad de una lata de aceite que cortaron y simula una olla donde vacían lo acordado. Ayer comieron yuca y cabezas de pescado, que frieron con el aceite de los cueritos de pollo de anteayer.
La calle, para millones de venezolanos, es la única opción y de acuerdo a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en 2014 más del 10 por ciento de los venezolanos estaban en situación de calle, flagelo que, según los especialistas y lo palpable, aumentó.
Jesús relata que mantiene el contacto con su familia, también Yasmelis a la que a veces visita. “Queremos una casita digna y vivimos aquí porque es lo que tenemos. Los vecinos nos apoyan, dan aliento y cuidan las cosas cuando no estamos. Trabajamos para que nuestros hijos tenga algo mejor”. El “baño” está ubicado en una cancha publica cercana. Allí hacen sus necesidades fisiológicas y se bañan con pimpinas de agua que cargan.
Sin penas ni glorias
Tratan de mantener todo limpio y la pena no los detiene. No piensan echarse a morir y desde las 6.00 de la mañana patean juntos las calles o se dividen en pareja al momento de laborar. Caminan más de seis horas al día y el menú principal, de casi todos los días, está compuesto de auyama, cueritos de pollo, res o yuca.
En su hogar no tienen luz, duermen en colchonetas que tiran en el piso del frente y las estrellas los alumbran hasta dormir. Las vivencias en la calle por momento los apabullan. La Misión Negra Hipólita Misión, que “ayuda a hombres, mujeres y niños a reinsertarse con dignidad en la sociedad” y benefició a más de 400 mil personas, los olvidó.
LV