La Venezuela de los grandes, pesados y pesarosos autobuses para el transporte intra-urbano, dio paso definitivo, en dos o tres décadas, a la importación y masificación de las unidades más ágiles, pequeñas y confortables. Excesos aparte, las busetas le dieron otro dinamismo al tránsito automotor que incluyó otra modalidad de contratación laboral con los llamados avances.
Consabido, la transportación superficial sufre los embates de la crisis que ha ensordecido a los profesionales del volante y a los usuarios. Ya no se trata de las tarifas meramente especulativas, sino de una vasta y bastarda realidad económica que nos conduce al prgresivo y fatal empleo de vehículos improvisados, incómodos y peligrosos, acaso gratuitos, convirtiendo en un futuro cercano al Estado mismo en el único transportador de las personas y sus bienes. Sin embargo, deseamos llamar la atención sobre el cambio más reciente al interior de las busetas que se deslizan, desafiando los escombros de lo que alguna vez fue el pavimento de las calles y avenidas de caseríos, pueblos y ciudades.
Dejando las aceras y otros rincones que trenzaron con sus voces de oferta, el buhonero tuvo que migrar hacia las busetas para intentar llevar el pan a casa a través de las golosinas, ungüentos, lápices, folletos u otras mercancías aún inimaginables, en clara competencia con los raperos y otros cantantes que encaramaban hasta un arpa en la unidad. Calculamos, aproximadamente cinco años del dinamobuhonerísmo ha llegado a su fin, porque el vehículo casi siempre está tan repleto de personas que el sólo anuncio de un producto se ahoga en el concierto desafinado de los aprietos, cautelas e incomodidades.
En muchos lugares del país, no era hábito el de cobrar anticipadamente el pasaje, como ahora ocurre, por cierto, marcando una frecuente discordia con los ancianos que, se suponen, viajan gratuitamente. Ya el chofer necesita de otra persona que lo ayude, a plena luz del día, no sólo por razones de seguridad, sino para evitar – precisamente – que le eche el carro, reivindicando el venezolanismo, todo aquél que va textualmente guindado de la unidad, facilitando el escape al detenerse.
Son los colectivos públicos del transporte los que manejan casi exclusivamente las mayores cantidades de dinero en efectivo de todo país, imposibilitado el pago electrónico e, incluso, una boletería previa que también se lo tragaría la propia y cotidiana dinámica de una legítima actividad comercial. Y, como quizá nunca alguien se atrevió a pensarlo, por la lógica tan perversa impuesta por el régimen, en un mercado tan apremiado por la falta de repuestos, las unidades sobrevivientes probablemente tengan mejores posibilidades, al vender ese dinero en efectivo, como ya hacen otros detallistas del comercio.
DC / Luis Barragán / Diputado de la AN / @LuisBarraganJ