La emergencia real e inmediata, es la de conseguir los alimentos y medicamentos necesarísimos. Empero hay otras que tardan en llegar, pero llegan.
La mirada aún más distraída en los espacios públicos, nos permite constatar la aguda crisis del calzado en Venezuela. Ya con demasiada frecuencia, notamos el inevitable uso de los zapatos viejos y, por las maniobras a las que obligan las lluvias y la falta de mantenimiento del alcantarillado, es fácil adivinar los agujeramientos mal disimulados que prometen, en el mejor de los casos, un resfriado postrador.
El viejo cuero o el cartón procesado de las conocidas y abaratadas piezas, está dando paso al plástico que no tardará en desaparecer o cotizarse muy bien en el país petrolero y petroquímico que no garantiza siquiera las modestas bolsas de mercado. Muchos niños caminan con sus pies desnudos, a falta del material sintético de escasa duración que no les concede tampoco movilidad para jugar, uno de los más elementales derechos que les asiste.
Huelga comentar los costos crecientes del calzado y su difícil reposición en estas circunstancias tan amargas, sobre todo tratándose de los escolares. Ya el problema no reside en optar por una determinada marca ni invertir en los pares dominicales, deportivos, ortopédicos, de trabajo, descanso o descanso, pues, si de los viejos se trata, el remiendo mismo resulta costoso por la carencia de los materiales.
Nos tienta indagar en torno a la historia de una industria que supo de un extraordinario auge a partir de la década de los cincuenta del XX, amén de las generosas y más variadas importaciones que daban prestigio o caché, de emplear un venezolanismo que tiende a desaparecer de la jerga cotidiana. La Venezuela que dejó atrás la alpargata, quedando sólo como una señal de identidad, ni siquiera podrá volver a ella de continuar un régimen demasiado bien calzado, incluso, por la pólvora que no ahorra para intentar la asfixia del más ligero descontento.
DC / Luis Barragán / Diputado de la AN / @LuisBarraganJ