Si un biógrafo quisiera escribir nuestra vida, empezaría por explorar nuestras debilidades. Arrancaría por las más obvias, antes de abordar las que escapan a la vista. ‘Debilidad’ es un concepto gaseoso, por lo que el biógrafo lo aterriza a la superficie: ahora habla de vicios y vuelve a empezar su análisis. Todos ocultamos algunos, también cargamos los más evidentes: mirar con frecuencia el celular, fumar cigarrillo, beber licor, comprar de modo compulsivo.
La relación con los vicios es compleja, porque representan una conquista cotidiana. Son un salvavidas frecuente, un fetiche fácil de cristalizar durante el día o en espacios puntuales de la semana. Los tenemos tan incorporados, que evitamos cuestionar su naturaleza dañina. Algo en común deben tener, porque por la mayoría sentimos una familiaridad culpable. Hasta el biógrafo se ve reflejado en ellos.
El principio de año es ideal para combatirlos. En vez de identificarlos y señalar sus contraindicaciones, nos enfocamos en el rostro amable del cambio. De este modo, los hábitos saludables se convierten en un fin, pues su sola persecución supone la anulación de los vicios. Los primeros días es posible acompañar la carne (o el pollo) del almuerzo con ensalada, sazonada con poca sal. La preparamos en casa y en una coca la llevamos a la oficina. Pero el sábado hay una reunión con amigos, en donde disfrutamos lo que nos ofrece la casa: una seductora mezcla de proteínas y harinas, similares a las que veníamos consumiendo antes de emprender la campaña. Al otro día, domingo, son pocas las ganas de cocinar, por lo que pedimos algo a domicilio. El lunes, si nos tomamos el trabajo, el almuerzo es pollo con vegetales; el martes, por falta de tiempo y cansancio, compramos el almuerzo en el restaurante al que solíamos ir el año pasado.
En la segunda semana, el objetivo está deformado. Casi es febrero. A estas alturas, hemos comido como de costumbre, comprado ropa, bebido, y fumado con intensidad. Todo igual que siempre, sin rutinas deportivas. El débil intento inicial ahora se reduce a un ataque esporádico de buenos hábitos, que puede volver a aparecer en junio. Es inevitable: las ganas se desinflan. Además de escribir sobre nuestros vicios, el biógrafo podría escribir un tomo dedicado a los objetivos incumplidos.
¿Por qué fracasan los propósitos?
“Los cambios de hábitos requieren repetición y repetición. Para interiorizar lo nuevo, hay que permitirnos encontrar el confort en una nueva conducta —dice la psicóloga Carolina Barreto—. Para eso se requiere repetir y repetir hasta que la incomodidad de lo nuevo se desvanezca”. Según el cirujano plástico Maxwell Maltz, cuando a una persona le amputan un brazo o una pierna, en 21 días deja de sentir la “extremidad fantasma”. En su libro Psicocibernética: el secreto para mejorar y transformar su vida (1960) pone el ejemplo de la casa nueva. ¿Cuánto tardamos en apropiarnos del espacio? “Se necesita que los moradores vivan en ella unas tres semanas, antes de que esta comience a parecerles su hogar”, escribió el médico.
Antes de refugiarnos en la tarea de repetir y repetir una práctica, es importante volver a la definición de vicio. Los nuestros podemos describirlos, pero no somos capaces de encontrar su origen. “Estas conductas maladaptativas, como el sedentarismo y las adicciones, representan la única manera conocida de darle la cara al mundo y de habitar el ser. Desaparecerlas significaría un riesgo para el equilibrio logrado, a pesar del detrimento de la salud”, responde Barreto.
Combatir los malos hábitos es una meta individual, en el que el control es exclusivo de nosotros. No obstante, hay un sistema que precede cualquier decisión que tomemos, situación que torna más desgastante la idea de quebrar los vicios. Luis Fernando Gómez, psicólogo especialista en nutrición, pone sobre la mesa una situación cotidiana: “Pensemos en el caso hipotético de una niña de 11 años que consume diariamente bebidas azucaradas, que incrementan el riesgo de padecer enfermedades como la obesidad. La niña consume gaseosas y jugos de caja, debido a que generan respuestas emocionales relacionadas con el sabor, la textura y las estrategias de comercialización del producto. El entorno alimentario escolar es relevante. En muchos colegios, las tiendas solo ofrecen bebidas gaseosas. Si la niña está expuesta a la publicidad de productos comestibles no saludables, es muy alta la probabilidad de que adquiera este tipo de hábitos que afectan negativamente su salud”.
DC / CROSMOS