En 2014, Bachelet lo nombró embajador en Venezuela. Fue casi un regalo: Pedro Felipe Ramírez, exministro de Salvador Allende, vivió su exilio en Caracas tras un duro paso por Isla Dawson y otras cárceles políticas y era un reconocido admirador de Hugo Chávez. Pero cuatro años cambiaron su visión.
“Cuando recibí a Freddy Guevara en la embajada (diputado opositor a Nicolás Maduro) vino a reclamarme gente del canciller Jorge Arreaza. Me dijeron ‘mire, nosotros lo respetamos porque usted es ex ministro de Allende, pero no entendemos cómo usted está recibiendo gente que está en contra de un gobierno de izquierda’. Le dije dos cosas: la primera es que, por favor, no se compararan con el gobierno del presidente Allende, porque nosotros en tres años no tuvimos un solo preso político y aquí hay cientos y, lo segundo, es que cuando vino el golpe de Estado, a los que fuimos ministros, senadores y diputados de la UP nos investigaron de arriba abajo para ver si nos habíamos robado un solo peso. Y nunca hubo un solo juicio. Para qué vamos a hablar de los niveles de corrupción”.
Hace casi exactos cuatro años, Pedro Felipe Ramírez (76 años) embalaba sus cosas y partía a Caracas como embajador. Su ahora expartido, la Izquierda Ciudadana, lo puso en la lista de candidatos y Bachelet se inclinó por él. Todo un simbolismo para el exministro de Allende: Venezuela era el país que lo acogió como su segunda casa tras una larga prisión política en Tres Álamos, Isla Dawson y Ritoque. Esta vez, sin embargo, sabía que llegaba a una Venezuela distinta, con una profunda fractura social y política y con el recuerdo aún presente de Hugo Chávez, el conductor de la revolución bolivariana al cual Ramírez admiraba y defendía a pesar de todo. “Me decían que era muy chavista y me lo decían con razón”, dice.
Antes de partir, a Ramírez le preguntaron si creía que el gobierno de Nicolás Maduro violaba los derechos humanos. “No me consta”, respondió corto y seco, como respondería un disciplinado militante de la izquierda haciendo caso a una máxima que dice que la defensa de la revolución se hace en público y la crítica se hace en privado.
DC / La Tercera